Por Juan Antonio Montes Varas

Director Acción Familia

Este mes de agosto se cumplieron 50 años del famoso Festival de Woodstock en los Estados Unidos. El referido Festival fue precedido por otra gran manifestación juvenil de protesta realizada el año anterior en Francia, conocida como la revolución de la Sorbonne.

Ambas manifestaciones propugnaban lo mismo. La liberación de todas las normas de comportamiento basadas en la moral cristiana y la aceptación del amor libre y de todas sus consecuencias, comenzando por el fin de la familia monogámica e indisoluble.

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En los referidos eventos los participantes festejaron el fin de las costumbres basadas en la moral cristiana. Uno de los eslóganes de la revolución de la Sorbonne de Paris decía: “Prohibido prohibir”. Con lo cual querían indicar que todo debía ser permitido, menos decir “NO”.

Ahora, como de los 10 Mandamientos de la Ley de Dios, 7 indican lo que NO se debe hacer:

No matarás.

No cometerás actos impuros.

No tomarás el nombre de Dios en vano.

No robarás.

No darás falsos testimonios ni mentirás.

No consentirás pensamientos ni deseos impuros.

No codiciarás los bienes ajenos,

Evidentemente que la máxima sorborniana, en la práctica fue una declaración de guerra a la moral mandada por Dios e impresa por Él en nuestra naturaleza.

Desde que tuvieron lugar la Revolución de la Sorbonne y el Festival de Woodstock hasta nuestros días han pasado 50 años. Medio siglo en que las costumbres se fueron acercando cada vez más a los postulados revolucionarios y, en la misma, alejándose de la moral cristiana.

Me preguntará Ud. ¿cuál fue la razón principal por la cual estas costumbres fueron tan rápida y generalmente aceptadas y por qué se rechazó con tanta facilidad el ideal cristiano de familia?

La razón se encuentra más que en un raciocinio lógico en una tendencia de carácter psicológico. Es la idea, siempre presente en los hombres, de alcanzar la felicidad.

A muchos les pareció que podrían alcanzar la felicidad si abandonaban los pesados deberes de una vida de compromisos y obligaciones derivadas de la necesidad de mantener una familia, de educar a los hijos y de trabajar empeñadamente.

De este modo, hoy el índice de matrimonios es mucho más bajo que hace 50 años, el índice de hijos por familia descendió más de la mitad en el mismo período y el índice de edad en los contrayentes aumentó sensiblemente.

Las cifras del Instituto Nacional de Estadísticas (INE) muestran que la edad media de los contrayentes al momento de casarse en el país es de 35,39 años para los hombres y de 32,65 años las mujeres; mientras que en la década de los 60’ se casaban a los 24 y 27 años, las mujeres y los hombres respectivamente.

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Todo lo anterior muestra que la gran perjudicada con las costumbres impuestas a partir del Festival de Woodstock y de la Sorbonne fue la familia, y que ello se debió principalmente a la idea de que de ese modo se alcanzaría la felicidad.

Este lapso de 50 años que ha transcurrido entre esos acontecimientos y los días que vivimos es suficiente tiempo como para preguntarnos si efectivamente se alcanzó lo que se prometía con el abandono de la moral cristiana. Si somos hoy más felices que nuestros padres o abuelos y si, por lo tanto, es bueno continuar en la misma senda de destrucción de lo poco que queda de familia.

Para responder a esta pregunta podríamos dar muchos índices que nos responderían cuál es el grado de felicidad de que gozan los chilenos en estos momentos, sin embargo hay uno que nos parece el más decisivo: la tranquilidad interior y la paz consigo mismo.

En realidad no hay fortuna, placer, fama, prestigio, que pueda ser comparada a la felicidad del orden interior.

¿Cómo estamos entonces en este índice de felicidad?

Veamos lo que nos dicen las estadísticas.

De acuerdo a un informe del Ministerio de Salud (Minsal) entre 2013 y 2018 hubo un aumento de 53% en las licencias médicas entregadas por concepto de trastornos mentales. Las enfermedades de desgaste físico como tendinitis y lumbago ya no encabezan la lista de las más frecuentes. Sólo en 2018 hubo 944 mil licencias médicas por causas mentales.

El estudio del Minsal arrojó un aumento de 53% en los permisos asociados a patologías como depresión, ansiedad, estrés y desgaste laboral.

Expertos en salud mental advirtieron que las cifras de estrés, depresión y ansiedad en el país requieren políticas de prevención, más allá de aumentar la cobertura en estas patologías.

De acuerdo al informe del Minsal, a partir del año 2015 los trastornos mentales predominan la solicitud de permisos laborales, en desmedro de enfermedades de desgaste físico

De acuerdo a los resultados de la encuesta “El Chile que Viene, Salud 2019”, siete de cada diez chilenos declaró tener o haber sufrido problemas o enfermedades de salud mental.

La medición fue realizada entre personas sobre los 13 años y pertenecientes a cuatro generaciones: los Z (entre 13 y 21 años), millennials (entre 22 y 35), X (entre 36 y 51) y baby boomers (entre 52 y 71).

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Estrés, problemáticas asociadas al sobrepeso, angustia, trastorno del sueño, estrés laboral, depresión, trastorno de pánico y estrés postraumático lideraron los registros de la encuesta.

Sin embargo no somos sólo los chilenos a sufrir esos síntomas de aumento de las enfermedades mentales. De acuerdo con información de la Organización Mundial de la Salud, “Los trastornos por depresión y por ansiedad son problemas habituales de salud mental que afectan a la capacidad de trabajo y la productividad. Más de 300 millones de personas en el mundo sufren depresión, un trastorno que es la principal causa de discapacidad, y más de 260 millones tienen trastornos de ansiedad. De hecho, muchas personas padecen ambas afecciones.

“De acuerdo con un estudio reciente de la OMS, se estima que los trastornos por depresión y por ansiedad cuestan anualmente a la economía mundial US$ 1 billón en pérdida de productividad”.

No queremos sobre abundar en información al respecto. Tampoco queremos afirmar que quienes sufren estas enfermedades es a causa de que se dejaron llevar por los postulados del amor libre. Sólo queremos mostrar que la vida hoy se presenta más dura que hace 50 años atrás y que es lógico que nos preguntemos si esa mayor dureza no está relacionada precisamente en la destrucción de la moral cristiana de la familia.

La respuesta a esta pregunta daría para otro programa próximo, por ahora sólo indicamos que todos los especialistas en materia de salud mental son unánimes en destacar la importancia de aprovechar los lazos de parentesco para influir positivamente en los pacientes. Ahora, si la familia puede contribuir decididamente a la recuperación de la salud mental, obviamente que la destrucción de la institución familiar representa entonces un grave factor para la estabilidad emocional.

Por lo demás, por encima de los datos científicos, está la palabra de Dios.

Si el matrimonio fue elevado por Nuestro Divino Redentor al rango de un sacramento de la Iglesia, si su primer milagro en esta Tierra se dio en la Fiesta de una boda, si muchas de sus parábolas tomaron como ejemplo las relaciones de la familia, y si la misma Santísima Trinidad tienen el nombre de Padre e Hijo y Espíritu Santo, ¿cómo puede ser que la destrucción de la familia no cause los peores perjuicios a los hombres que somos sus criaturas, hechas a “Su imagen y semejanza”?

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