Por Juan Antonio Montes Varas Director Acción Familia

Un año que se acaba y otro que comienza. Es un marco en la historia de la humanidad, del País, de la familia y de cada individuo, de cada uno de nosotros.

Sí, cada uno tendrá una mirada para lo que quedó atrás en este año, y una mirada incierta sobre un futuro que se abre tan lleno de incógnitas y preocupaciones.

Y junto con esa mirada para atrás es lógico que cada uno haga su propio examen de conciencia si lo que hizo estuvo de acuerdo a lo que debería haber hecho. Si dio de sí todo lo que debería haber dado, si ayudó a quienes lo rodean como debería haber ayudado.

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Ahora, tales preguntas, que son muy lógicas desde el punto de vista individual, también lo son desde el punto de vista de los conjuntos de individuos; de las familias, de los países, de los conjuntos de naciones.

Se puede decir que el año transcurrió lleno de acontecimientos y simultáneamente tan vacío; en él hubo tanta agitación y destrucción que nos preguntamos si todo lo construido con tanto esfuerzo durante tantos años sobrevivirá para el 2023.

Sí, yo creo que también para Ud., estimado auditor o auditora que nos oye, debe haberle quedado ese sabor amargo de un año que pasó rápido, que nos agitó mucho, en el cual fue difícil sobrevivir, y que sentimos su fin, con un alivio y con sorpresa por la rapidez con la cual transcurrió el tiempo.

Quedó poco espacio para pensar, poco tiempo para meditar, poco tiempo para degustar los placeres ordenados de la vida, poco tiempo para compartir con nuestros seres queridos, poco tiempo para observar las cosas que nos rodean. En una palabra, poco tiempo para vivir nuestra propia vida interior, con nuestra propia alma.

El ajetreo de las mil ocupaciones, de las preocupaciones, de los negocios que pueden darnos ganancias o llevarnos a la ruina, de las tarjetas de crédito que debemos pagar a fin de mes, de las mil noticias que recibimos en nuestros sofisticados aparatos receptores de noticias, de las guerras, terremotos y maremotos que asolaron distintas partes del mundo; en una palabra, de las mil preocupaciones de que está hecha la vida de cada uno, que la mayor parte de la vida de la generalidad de las personas fue mucho más vuelta para lo que nos rodea de que para el interior de cada uno.

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Ud. me preguntará, si esto lo consideramos bueno o malo, si no es natural que la vida esté vuelta para lo que nos rodea, o si la debemos centrar principalmente en nosotros mismos.

Como en todas las cosas, la respuesta correcta a esta pregunta -de mucha importancia para saber cómo enfrentaremos el próximo año que comienza- está en el equilibrio de ambas características de la vida: la vida interior y la vida de las obras.

Comencemos por decir que las dos vidas, la de la acción y la vida interior, no son entre ellas de igual importancia. Al contrario, una es la causa de la otra. Sí, es la vida interior de la cual se debe alimentar la vida de las obras.

Así lo enseña Nuestro Señor Jesucristo: “El reino de Dios está dentro de Vosotros”. No es por lo tanto en la agitación y en el ruido propio de la vida de acción, donde encontraremos las fuerzas para enfrentar con sabiduría y prudencia las distintas opciones que deberemos tomar.

Quizá si hay algún punto en que como sociedad todos debemos detenernos y reflexionar es si lo que dimos a la vida de acción en el año que está por terminar no fue la parte más importante de nuestras preocupaciones, y si no dejamos apenas las sobras para la vida interior.

Tan cierto es que la vida interior es la parte más importante de las dos vidas, la activa y la interior, que Nuestro Señor también nos enseña: “Sin Mí, nada podéis hacer”.

Sin embargo, si bien es cierta la preminencia de la vida interior sobre la activa, no es menos cierto de que debemos comprometernos en las cosas concretas, en las responsabilidades individuales, en los trabajos diarios, en la construcción de nuestras propias familias, en su seguridad y prosperidad, como si sólo dependiese de nosotros.

Pero no sólo debemos preocuparnos de las cosas que nos son más inmediatas, sino también, en la medida de nuestras posibilidades, de todas aquellas que interesan el bienestar de la institución de la familia. De la mantención del matrimonio natural y cristiano en nuestra legislación. Del derecho a nacer de los niños, de la sana educación moral de los jóvenes y de todo aquello que puede hacer más fuerte la institución de la familia.

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Si fuéramos a preguntarnos la causa final de los azotes que la sociedad chilena sufrió a partir de los últimos meses de este año ciertamente que la encontraremos en que la familia no está pudiendo cumplir con fortaleza sus fines propios.

Le corresponde a ella, es decir a Ud. como padre de familia, o a Ud. como mamá, hacer suyo la máxima de San Ignacio de Loyola: “haced todo como si únicamente dependiese de ti, sabiendo que todo depende de Dios”,

Debemos orar, sí, sabiendo que todo depende de Él. Pero, a la vez, debemos esforzarnos y trabajar, como si todo dependiera exclusivamente de nosotros. La providencia de Dios no anula nuestra libertad, sino que la enaltece. A este respecto, decía muy bien san Agustín: “Él, que te creó sin ti, no te salvará sin ti”.

Aquí está el perfecto equilibrio entre la vida interior y la vida activa. Encontrar ese equilibrio, vivir de acuerdo a él en cada una de las etapas y momentos del año 2023 que comienza, ahí estará el secreto la sabiduría y el acierto como deberemos enfrentar los difíciles acontecimientos, grandes, pequeños o medianos, con los cuales nos enfrentaremos.

Pero para eso debemos pensar en cada una de las cosas, no dejarnos arrastrar por el torbellino diario, saber encontrar unos minutos al menos todos los días para reencontrar la senda perdida del equilibrio, y sobre todo, volver nuestro ojos al Cielo, desde nos viene la gracia, la fuerza y la sabiduría, para conducirnos del modo que debemos.

Y así, al finalizar el próximo año, podremos decir como el Apóstol: «He luchado el buen combate, he concluido la carrera, he guardado la fe; y desde ahora me espera la corona de justicia que el Señor, justo Juez, me entregará en aquel día; y no sólo a mí, sino también a todos los que aman su venida».

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