Por Juan Antonio Montes Varas Director Acción Familia

Este Domingo 19 de marzo la Iglesia católica celebra la Fiesta de San José y a él consagramos el artículo de esta semana.

Antes de tratar propiamente de las virtudes de este gran Santo, que mereció ser esposo castísimo de la Madre de Dios y Padre adoptivo del propio Dios hecho Hombre, hay un aspecto que nos parece importante destacar.

Se trata de cómo los fieles católicos, a lo largo de todos los siglos han imaginado al Patriarca San José. Si fuéramos a hacer una recopilación de sus imágenes a lo largo de los 2000 años de historia de la Iglesia, nos daremos cuenta que ella no varía mucho ni de acuerdo a las épocas ni a los lugares. En todos los tiempos, ella se nos presenta de modo muy similar, a pesar de no haber quedado de él ninguna representación, cuadro o descripción de testigos.

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Tal similitud hace pensar que existe un denominador común de considerar o representar al modelo ideal -moral y físico- de quien que tuvo las responsabilidades más altas que se pueden tener en esta vida: ser Jefe de la Sagrada Familia y educar al Hijo de Dios.

Tomemos cualquier representación de San José, de cualquier época, y veremos que a primera vista lo que resalta en ella es la de un varón noble, serio y profundamente compenetrado de su responsabilidad de Padre adoptivo de Jesús.

Por supuesto que también está la bondad hacia el Hijo que tiene en sus brazos o contempla en la cuna del pesebre en Belén, sin embargo, muy raramente se lo presenta sonriendo al Niño.

Hay también en las representaciones de San José una fuerza y virilidad, que se desprende de su constitución física. Cuando se le representa de pie, él está bien erguido y de porte noble. Cuando se le representa trabajando en su carpintería, él parece atento y serio en la ejecución de su trabajo, que ejecuta con decisión. Incluso cuando se quiere mostrar su espíritu casto y virginal, él sujeta el lirio sin la más mínima afectación.

Todas esas características con que la piedad cristiana siempre lo representó, equivalen a el modo como siempre se caracterizó lo que debe ser el ideal por excelencia de un varón y de una autoridad.

San José descendía por varonía del Rey David, y en cuanto tal, su estirpe era de reyes. De este modo, en su persona se juntaban la nobleza de la estirpe real, con la humildad de su oficio. Así, el padre adoptivo del Divino Redentor enseñó a su Hijo a ser noble como reyes y humilde como carpintero.

Pero, obviamente que lo que más resalta en San José es su carácter de padre y Patriarca. Él fue Padre en cuanto jefe de la Sagrada Familia y Patriarca en cuanto recibió en su hogar al fruto virginal de su Esposa.

Hablando de esa paternidad, San Agustín expresa:

“A José no sólo se le debe el nombre de padre, sino que se le debe más que a otro alguno.”

Y luego añade: “¿cómo era padre?

“Tanto más profundamente padre, cuanto más casta fue su paternidad. Algunos pensaban que era padre de Nuestro Señor Jesucristo, de la misma forma que son padres los demás, que engendran según la carne, y no sólo reciben a sus hijos como fruto de su afecto espiritual. Por eso dice San Lucas: se pensaba que era padre de Jesús. ¿Por qué dice sólo se pensaba? Porque el pensamiento y el juicio humanos se refieren a lo que suele suceder entre los hombres. Y el Señor no nació del germen de José. Sin embargo, a la piedad y a la caridad de José, le nació un hijo de la Virgen María, que era Hijo de Dios”.

Por otra parte, en cuanto patriarca, San José se nos representa como una autoridad, al mismo tiempo muy cercana y muy alta. Lo propio del patriarca está precisamente en la conjunción de esas dos realidades; ser padre y ser el prototipo de una estirpe.

El Gobierno de un patriarca sobre sus súbditos es paternal, respetuoso y digno. Es lo propio del Jefe de Estado católico, tratar como hijos a todo un pueblo. La historia registra el comentario de Isabel la Católica al ver la combatividad del ejército portugués que le hacía frente: “Esos soldados nos son súbditos sino hijos (del rey de Portugal)”.

Es precisamente este aspecto de patriarca y padre que hace sólida las instituciones, desde la más básica de ellas que es la familia, hasta la más alta que es el Estado.

¿Hay alguna lección de este modo de representar a San José que puede servirnos en los días de hoy?

Sí, y muchas. Pero quizá la más notable sea ese modo de ser varón, de ser autoridad y de ejercer el rol de la paternidad.

Hoy la mayoría de las personas cree que la mejor forma de ser autoridad es no ejercerla, o que ella pase tan desapercibida que casi no exista. Los padres muchas veces parecen más los hermanos mayores de sus hijos que sus progenitores. Juegan como niños, se visten como tales y no parecen aptos para enfrentar las adversidades de la vida.

¿Qué decir entonces de las características que debe tener un Jefe de Estado a la luz de las enseñanzas que nos deja la figura de San José?

La distancia con lo que conocemos y tenemos delante de nosotros es tan sideral, que casi se pierde el punto de referencia para cualquier tipo de comparación.

No hay duda que San José es un modelo acabado para quienes están llamados a ser guías en la sociedad, ya sea desde la más básica de las autoridades que es la del padre en su hogar, como la del profesor en su aula, o como las más altas responsabilidades.

Dirigiéndose a la Nobleza Romana, el Papa Pio XII les recordaba este apostolado de ser guías de la sociedad en que vivían que se había transformado en una masa sin guías.

“La multitud innumerable, anónima, es fácil de ser agitada desordenadamente; ella se abandona a ciegas, pasivamente, al torrente que la arrastra o al capricho de las corrientes que la dividen y extravían. Una vez transformada en juguete de las pasiones o de los intereses de sus agitadores, no menos que de sus propias ilusiones, no es capaz ya de poner el pie sobre la roca y afirmarse para formar un verdadero pueblo, es decir, un cuerpo vivo con los miembros y los órganos diferenciados según sus formas y funciones respectivas, pero concurriendo en conjunto a su actividad autónoma en orden y unidad”.

Y el Papa les recordaba que la primera misión de ellos era la del cuidado del propio hogar familiar:

“Entre esas tradiciones incluís también el honor intacto de una vida conyugal y familiar profundamente cristiana. De todos los países, al menos de los comprendidos en la civilización occidental, sube el grito de angustia del matrimonio y de la familia, tan desgarrador que no es posible dejar de escucharlo. También en esto poneos con vuestra conducta a la cabeza del movimiento de reforma y de restauración del hogar”.

Sirvan estas consideraciones para pedir a San José en el día consagrado a su intercesión y honra que nos conceda la gracia de saber ejercer la autoridad y que ella sirva para edificar a quienes tenemos que servir de ejemplo.

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