Por Juan Antonio Montes Varas

Director Acción Familia

El caso policial ocurrido recientemente entre el hijo y el marido de Raquel Argandoña y un supuesto intento de parricidio ha dado mucho que hablar y a su propósito se han cubierto decenas de páginas de la prensa escrita y muchas horas de los medios televisivos.

No vamos a sobreabundar en este programa sobre los asuntos anecdóticos, sentimentales y judiciales del caso.

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Al contrario, queremos referirnos a un aspecto central que no parece haber sido suficientemente considerado por quienes han opinado al respecto.

Se trata de las propias declaraciones de la afectada, explicando cuáles –según ella- son las causas por las que, una familia aparentemente exitosa, terminó en esta tragedia.

Al respecto, ella declaró «haber fallado como padres». «Yo no estoy culpando a Hernán papá, creo que ambos somos responsables de todo esto», afirmó.

La animadora de televisión, aprovechó el espacio que fue conducido por Amaro Gómez-Pablos para pedir perdón.  “Me gustaría pedirle perdón tanto a Kel como a mi hijo, por haber fallado como papás”, -y agregó- “si esto sirve para los papás que nos están viendo, que sepan que trabajar y trabajar para darle todo económicamente a los hijos, no, no es lo importante, hay que darles cariño, contenerlos, no pueden estar solos.”

El tema abordado por la ex alcaldesa y animadora de TVs, trasciende el problema personal de su familia, tanto que ella se dirige a todas las familias que la estaban escuchando, y, en cuanto tal, se presta para analizarlo en este programa dedicado precisamente a la familia.

Si ella reconoce “haber fallado como padres de familia”, la pregunta obvia es cuáles son entonces las obligaciones de los padres a las que ella reconoce haber fallado.

La primera que ella misma señala es la de “darles cariño, contenerlos, no pueden estar solos.” La observación también parece evidente, ese “cariño” se da incluso en los seres sin uso de razón, todo ser ama a su progenie y la cuida.

El problema es saber en qué consiste el “cariño” y cuáles son los criterios de “contención” de los hijos a los que se refiere la entrevistada.

Para responder a estas preguntas, nos servimos de un trecho del famoso padre Cornelio a Lápide, quien tomó de las Sagradas Ecrituras y de los Padres de la Iglesia las principales enseñanzas a respecto. Como los seres humanos seguimos iguales a pesar del paso del tiempo, estas recomendaciones, por más que a algunos les pues parecer sobrepasadas, en realidad no son tales. Ellas parece, al contrario, más actuales y urgentes de ser recordadas que nunca antes.

“El primer deber de los padres es ser virtuosos. El Evangelio nos dice que Zacarías, padre, e Isabel, madre de Juan Bautista, eran ambos justos a los ojos de Dios, guardando como guardaban todos los mandamientos y leyes del Señor irreprensiblemente:

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“la virtud de los padres; es la mayor riqueza para ellos y para sus hijos. La virtud de los padres, como sus vicios, pasa y se arraiga en el alma de sus hijos desde el mismo acto de la concepción. Una sangre impura engendra hijos viciosos; una sangre pura da hijos inclinados al bien.

En una familia, el padre y la madre deben, con el brillo de sus virtudes y la santidad de sus costumbres, resplandecer como el sol y la luna; entonces los hijos serán como estrellas centelleantes, y es la casa se convertirá en un firmamento, en un cielo de Dios.

El que está encargado de corregir a los otros, debe estar exento de vicios, dice S. Gregorio; el ojo lastimado con algún grano de polvo no puede ver una mancha, y aquel cuya mano está llena de barro, no puede limpiar sus vestidos.

Padres y madres, dice San Ambrosio, si no preserváis y purificáis vuestro corazón de toda mancha de pecado, no podéis corregir a vuestros hijos. Comenzad por pacificar vuestro corazón, si queréis que la paz baje al corazón de los otros. Porque, ¿cómo purificaréis el corazón de los otros, si no habéis antes purificado el vuestro?

El hombre, añade aquel mismo Santo, debe estar sujeto a Dios para poder mandar: El que quiere que su inferior le esté sumiso, debe él también someterse a su superior, dice S. Agustín. Padres, reconoced el orden.  ¿Qué cosa más justa y razonable que obedecer a Dios, a fin de que os obedezcan vuestros hijos? Si os subleváis contra Dios, vuestros hijos se sublevaran contra vosotros y serán vuestro tormento. (In Psal. CXLVII.)

Sólo sabe mandar el que sabe obedecer; nadie conoce el yugo que impone, a no haberlo llevado él mismo. ¿Queréis, padres, saber mandar a vuestros hijos? Recibid las órdenes de Dios y ejecutadlas. ¿Queréis que vuestros hijos lleven el yugo precioso y amable de Jesucristo? Llevadlo también Vosotros.

El segundo deber que los padres y las madres tienen que cumplir, es dar buen ejemplo a sus hijos. Se dice en el Evangelio que un hombre rico y poderoso creyó en Jesucristo, y toda su familia a imitación suya. El hijo es como la cera blanda; toma fácilmente todas las formas que le dan.

El padre de familia que es el jefe de la casa, debe ser su modelo y preceder a su esposa y a sus hijos, dándoles buen ejemplo.

Los padres, con sus escándalos, causan la pérdida de sus hijos: los sacrifican al demonio, dice el Rey David.

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El tercer deber de los padres es la oración. Por ello se dice que “la familia que reza unida, permanece unida”.

El cuarto deber de los padres es dar a sus hijos una buena educación, comenzando por la observación de los puntos anteriores, o sea, una educación técnica y o profesional debe ser siempre precedida de una educación moral. ¿Es a ello que se refiere la Sra. Argandoña al decir que “los hijos deben ser contenidos”?

Toda contención exige una sanción cuando de quiebra la regla. De lo contrario la contención no vale de nada. Es el quinto deber de los padres, junto con dar a sus hijos instrucción religiosa, saber corregirlos “Corregid a vuestro hijo mientras es tiempo: que ni sus lágrimas ni sus gritos os detengan; extirpad sus vicios nacientes”.

Hay obviamente otros deberes a cumplir, pero estamos seguros de que cumpliendo éstos, los padres sabrán cumplir los otros.

Probablemente haya más de un auditor que nos diga que todos esos consejos son muy antiguos y que ahora ningún padre es capaz ni siquiera de conocerlos y menos de practicarlos.

Le respondemos que no es así. La prueba está precisamente en las declaraciones de la Sra. Argandoña. ¿Quién podría pensar que ella, que parecía estar tan lejos de los criterios católicos de educación a los hijos, hace un reconocimiento de este tipo delante del fracaso familiar?

¿Qué quiere decir este reconocimiento, sino que ella conocía –al menos intuitivamente- que no era el éxito económico, ni la fama, ni ser en centro de la farándula, ni darle a los hijos bienes económicos, que era su deber de madre?

Y si no eran estas sus obligaciones, entonces quiere decir que ella sabía que eran la de dar el buen ejemplo, la de enseñar santamente, la de formarlos moralmente, y todo aquello que venimos de escuchar por la boca de los Santos.

Sin embargo, hay siempre una ocasión de enmienda. Y la primera condición de la enmienda es el reconocimiento de la culpa propia. En ese sentido tales declaraciones pueden ser el primer paso para enmendar la ruta.

Es lo que deseamos, no sólo por el bien de esa familia, sino por el buen ejemplo que ella podría dar para el resto.

Pero también desear a las familias que estando dando sus primeros pasos en la educación de sus hijos, que no comentan el error señalado por la Sra. Argandoña, privarlos de una sólida formación religiosa y moral; que –por el bien de ellos y del futuro de sus hijos- no cometan ese nefasto error.

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