Por Juan Antonio Montes Varas

Director Acción Familia

La semana pasada, más precisamente el 7 de octubre, la Iglesia celebró la fiesta de Nuestra Señora del Rosario, conmemorando el 450 aniversario de la victoria de los ejércitos cristianos en Lepanto contra la flota del Imperio Otomano.

Un hecho que, gracias a la santa obstinación y una formidable visión geopolítica impregnada de fe por parte del Papa San Pío V, cambió la historia de Occidente, salvándolo de un final fatal.

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¿Cuál fue el significado de la batalla de Lepanto para la Iglesia, para Europa y para la historia? La respuesta nos la da el profesor Massimo de Leonardis, ex director del Departamento de Ciencias Políticas de la Universidad Católica del Sagrado Corazón de Milán.

Le pasamos la palabra al profesor de Leonardis:

“La batalla naval de Lepanto es uno de los hechos más importantes de la historia, cuyo significado trasciende el simple aspecto militar y es rico en enseñanzas, incluidas las religiosas. La revolución, sin embargo, arrojó un velo de olvido sobre un acontecimiento que constituye una de las glorias del papado, en nombre de un pacifismo absoluto en contraste con el Magisterio de la Iglesia, que incluso en el Los documentos más recientes han reafirmado la legalidad de la “guerra justa”.

“En efecto, el Catecismo de la Iglesia Católica, que enumera las condiciones para una ‘legítima defensa por la fuerza militar’, observa: ‘estos son los elementos tradicionales enumerados en la llamada doctrina de la’ guerra justa’. ‘La legítima defensa es un deber grave para quien tiene la responsabilidad de la vida de los demás o del bien común’.

El mismo concepto se recoge en su totalidad en el siguiente Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia: ‘Las necesidades de legítima defensa justifican la existencia, en los Estados, de las Fuerzas Armadas, cuya acción debe ponerse al servicio de la paz: las que presiden con este espíritu la seguridad y la libertad de un país hacen un auténtico aporte a la paz.’”

“En su discurso en Normandía, el 4 de junio de 2004, durante las celebraciones del 60 aniversario del desembarco Aliado, el entonces Cardenal Ratzinger, posteriormente Papa Benedicto XVI, afirmó: ‘Si alguna vez ha ocurrido un bellum justum  (una guerra justa) en la historia, aquí es donde la encontramos, en el compromiso de los Aliados, porque su intervención obró en sus resultados también para el bien de aquellos contra cuyo país se libró la guerra’.

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“Esta observación […] muestra, a partir de un hecho histórico, la insostenibilidad de un pacifismo absoluto “. En una carta al presidente del Senado italiano, Marcello Pera, el cardenal Ratzinger argumentó entonces: ‘Sobre el hecho de que un pacifismo que ya no conoce valores dignos de ser defendidos y asigna el mismo valor a todo debe ser rechazado como no cristiano’. Estamos de acuerdo: una forma (equivocada) de “estar por la paz”, en realidad, significa anarquía; y en la anarquía se han perdido los cimientos de la libertad’”.

“Este concepto fue reiterado y aclarado en un discurso pronunciado el 1 de abril de 2005, pocas semanas antes de la elección como Sumo Pontífice: ‘Paz y derecho, paz y justicia están inseparablemente interconectados. […] Ciertamente, la defensa de la ley puede y debe, en algunas circunstancias, recurrir a una fuerza acorde. Un pacifismo absoluto, que niegue a la ley el uso de cualquier medio coercitivo, resultaría en una capitulación a la iniquidad, sancionaría su toma del poder y abandonaría el mundo al dictado de la violencia. […] En las últimas décadas hemos visto ampliamente en nuestras calles y plazas cómo el pacifismo puede desviarse hacia un anarquismo destructivo y hacia el terrorismo’”.

De acuerdo al Profesor de Leonardis, “El papel de San Pío V en unir una gran parte de un cristianismo dividido para una batalla de importancia militar, civil y religiosa, por lo tanto, parece aún más grandioso. El Papa fue el artífice de la coalición que ganó en Lepanto. Envió a Nuncios a los príncipes italianos, al dux de Venecia, a los reyes de Polonia y Francia. Para financiar el esfuerzo bélico, después de haber autorizado a La Vallette, Gran Maestre de la Orden de Malta, a hipotecar las encomiendas de Francia y España por 50.000 escudos de oro. El Papa impuso un diezmo sobre los ingresos de los monasterios, tres diezmos al clero napolitano, cobró de los empleados de la corte papal 40.000 escudos de oro en pena de su malversación y obtuvo otros 13.000 de la venta de piedras preciosas, otorgó a los venecianos el derecho de retirar 100.000 escudos de las rentas eclesiásticas y renovó a favor de los españoles la privilegio de la Cruzada.

Como escribe el maestro de historiografía, Nicolò Rodolico: “Por encima de los intereses materiales, las ambiciones, las posesiones y las riquezas, hubo un cruzado que convocó al cristianismo: Pío V. No era el Chipre de los venecianos en peligro, sino la Cruz de Cristo en Europa que estaba amenazada”.

Como es propio de los santos, “San Pío V atribuyó el triunfo de Lepanto a la intercesión de la Virgen, y quiso añadir la invocación “Auxilio de los Cristianos, ruega por nosotros” a la Letanía de Lauretana, fijando la fiesta en honor de la Virgen de la Victoria el 7 Octubre. Posteriormente, el Papa Pío VI la trasladó finalmente la fiesta de María Auxiliadora al 24 de mayo, en memoria de la batalla de Lepanto y su propia liberación en Savona”.

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Hasta aquí las consideraciones del Profesor de Leonardis, agreguemos que fue por estas razones que la Armada española celebró con orgullo, el pasado 7 de octubre, el 450 aniversario de la histórica batalla de Lepanto, con un acto en el Puerto de Cádiz,.

Informan los medios españoles que: “Además de actividades y conferencias en diversas localidades, la Armada quiso conmemorar especialmente en la capital gaditana esta efeméride, con un acto en el muelle Marqués de Comillas donde estos días están atracados el portaaviones Juan Carlos I y la fragata Santa María.

Allí se leyó una reseña histórica sobre aquella histórica batalla de Lepanto, se depositó una corona en memoria de quienes dieron su vida por España, y el Almirante de la Flota, Eugenio Díaz del Río, pronunció una breve alocución tras la que, con el desfile del batallón de honores, se puso fin a la mañana”.

Quizá algún radioyente nos pregunte, qué relación tienen estos hechos con nuestra historia y nuestro presente.

La respuesta es muy simple. Es muy probable que, si se hubiese perdido la batalla de Lepanto, hoy en toda América hispana estaríamos hablando árabe y en vez de adorar la cruz de Nuestro Señor Jesucristo, seríamos ciegos idólatras de la medialuna de Mahoma.

Pero no es sólo sobre nuestro pasado que esta batalla nos deja una importante enseñanza. Es también sobre nuestro presente.

Y una de las principales lecciones que nos deja, es tener plena conciencia que, si bien la acción de la Iglesia es pacificadora, Ella no es pacifista, en el sentido de negar los derechos a la defensa de quien es injustamente agredido.

Tal principio es de vital importancia cuando vemos la impunidad con que se practica el terrorismo en una importante zona del País, como es la Araucanía.

También es necesario tenerlo presente delante de la violencia delictiva que cada día cobra más víctimas inocentes, con “portonazos” y agresiones de todo tipo y forma.

Por algo, ya los romanos decían “si vis pacem para bellum”, máxima latina que significa «Si quieres la paz, prepárate para la guerra».

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