António Guterres Secretario General de las Naciones Unidas

Por António Guterres

Secretario General de las Naciones Unidas

La crisis climática pone a la humanidad en alerta máxima.

La Conferencia sobre el Clima de las Naciones Unidas que se celebrará en Glasgow, conocida como COP 26, pondrá a prueba a los dirigentes del mundo.

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Su acción, o inacción, reflejará la importancia que conceden a la lucha contra esta emergencia planetaria.

Las señales de alerta están por todas partes: las temperaturas alcanzan récords en todo el mundo; la biodiversidad se hunde como nunca antes; y los océanos se calientan, se acidifican y se ahogan con los residuos plásticos. El aumento de las temperaturas convertirá amplias regiones del planeta en zonas muertas para la humanidad antes de que acabe el siglo.

La respetada revista médica The Lancet ha descrito el cambio climático como la “narrativa que definirá la salud de la humanidad” en los próximos años, una crisis caracterizada por la generalización del hambre, enfermedades respiratorias, desastres mortíferos y brotes de enfermedades infecciosas que podrían ser incluso peores que la COVID-19.

A pesar de la fuerza con la que repican las campanas de alarma, los últimos informes de las Naciones Unidas contienen nuevas pruebas de que las acciones adoptadas hasta ahora por los Gobiernos no bastan para lograr lo que tan urgentemente se necesita.

Los recientes nuevos anuncios en materia de acción climática son bienvenidos y fundamentales, pero el mundo se dirige, aún así, hacia un aumento catastrófico de la temperatura global muy por encima de los 2 ºC.

Esta situación se aleja mucho del objetivo de 1,5 ºC que se impuso el mundo en el Acuerdo de París, un objetivo que, según la ciencia, es la única opción sostenible para el planeta.

Se puede lograr ese objetivo.

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A condición de reducir un 45 % las emisiones mundiales en este decenio respecto de los niveles de 2010.

A condición de alcanzar unas emisiones netas de valor cero a nivel mundial para 2050.

Y a condición de que los dirigentes acudan a Glasgow con metas valientes, ambiciosas y verificables para 2030 y políticas nuevas y concretas para invertir la marcha de este desastre.

Los dirigentes del G20 en particular deben estar a la altura.

Ya no es tiempo de sutilezas diplomáticas.

Si los Gobiernos, en especial los Gobiernos del G20, no actúan y lideran este esfuerzo, la humanidad se dirige hacia un sufrimiento terrible.

Todos los países deben entender, no obstante, que el antiguo modelo de desarrollo basado en la quema de combustibles fósiles es una sentencia de muerte para su economía y el planeta.

Debemos descarbonizar ya todos los sectores de todos los países. Debemos derivar las subvenciones de los combustibles fósiles a las energías renovables y gravar la contaminación, no a la población. Debemos poner un precio al carbono y redirigir ese dinero hacia infraestructuras y empleos resilientes.

Y debemos prescindir progresivamente del carbón: para 2030 en el caso de los países de la OCDE y 2040 para todos los demás. Un número creciente de Gobiernos se ha comprometido a dejar de financiar el carbón, y los agentes financieros privados deben hacer lo mismo de forma urgente.

Los pueblos esperan, con razón, que los Gobiernos tomen la iniciativa. Pero todos somos responsables de proteger nuestro futuro colectivo.

Las empresas deben reducir su impacto ambiental y adaptar plenamente sus operaciones y flujos financieros de forma creíble para alcanzar un futuro con emisiones netas de valor cero. Se acabaron las excusas; basta de falso ecologismo.

Los inversionistas, públicos y privados, deben hacer lo mismo. Deben unirse a los pioneros, como la iniciativa Net-Zero Asset Owner Alliance y la propia caja de pensiones de las Naciones Unidas, que cumplieron y superaron antes de tiempo sus objetivos para 2021 de reducción de las inversiones en carbono y lograron una reducción del 32 % este año.

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En todas las sociedades, las personas deben tomar decisiones más responsables sobre lo que comen, cómo viajan y qué compran.

Y los jóvenes, y los activistas del clima, deben seguir haciendo lo que hacen: pedir a sus dirigentes que actúen y que asuman responsabilidades.

Se necesita una solidaridad mundial en todos los ámbitos para ayudar a todos los países a lograr este cambio. Los países en desarrollo están luchando contra varias crisis de deuda y de liquidez. Necesitan apoyo.

Los bancos públicos y multilaterales de desarrollo deben aumentar de forma considerable sus carteras relacionadas con el clima e intensificar las iniciativas destinadas a ayudar a los países a realizar la transición a economías de emisiones netas de valor cero y resilientes. El mundo desarrollado debe cumplir urgentemente su promesa de destinar al menos 100 millones de dólares anuales a la financiación relacionada con el clima para los países en desarrollo.

Los donantes y los bancos multilaterales de desarrollo deben destinar al menos el 50 % de su financiación relacionada con el clima a la adaptación y la resiliencia.

Las Naciones Unidas se fundaron hace 76 años con objeto de generar consenso para actuar frente a los mayores retos de la humanidad. Pocas veces hemos asistido a una crisis como esta, una crisis realmente existencial que, de ser ignorada, nos amenaza a nosotros y a las generaciones futuras. Solo hay una forma de avanzar. Un futuro limitado a 1,5 ºC es el único futuro viable para la humanidad.

Los dirigentes deben continuar con su labor en Glasgow antes de que sea demasiado tarde.

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