Por Juan Antonio Montes Varas

Director Acción Familia

No hay duda ninguna que lo que todo ser humano aspira es a poder desarrollar su existencia en la tierra donde nació, junto a la familia que él formó, y juntos poder trabajar para alcanzar un patrimonio que le permita vivir con tranquilidad, educar a sus hijos y tener una ancianidad tranquila.

¿Puede haber algo de más humano en estas aspiraciones? ¿No piensa Ud. que ellas son las más fundamentales de cualquier ser humano? ¿las suyas por ejemplo?

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Si Ud. responde afirmativamente, y nos cuesta creer que haya alguien que pueda responder negativamente a ella, entonces le hacemos otra pregunta.

¿Qué pensar de un sistema o de un gobierno que obliga a emigrar a millones de sus habitantes para poder comer?

¿Qué pensar de las situaciones de opresión por la cual pasan las familias obligadas a separarse en medio de esta emigración forzosa, sin saber cómo ni cuándo se reencontrarán?

¿Qué pensar de las humillaciones, vejaciones y privaciones de todo tipo que sufren esos emigrados, esperando a la puerta de los países limítrofes o lejanos, para que les abran las puertas?

Y ¿qué pensar de los millones de personas que sin poder emigrar sufren la persecución de un gobierno policial, represor que los persigue en cualquier tipo de manifestación de protesta?

O de aquellos que no tienen fuerzas de protestar, pero tampoco consiguen trabajar porque no funciona la luz eléctrica. O de los enfermos que no consiguen sanar porque no hay remedios. O de los que quieren, al final, tomar un vaso de agua, y ni eso consiguen porque las aguas están contaminadas por falta de inversión en las instalaciones y en la debida purificación.

Obviamente que Ud. dirá que ese sistema viola todos los derechos más fundamentales de la persona humana.

Más aún, Ud. se preguntará si es posible que se pueda llegar a tantas violaciones de los derechos por parte de un gobierno o de un sistema contra su propia población.

Pues bien, seguramente Ud. ya percibió a qué país y a qué gobierno nos estamos refiriendo.

Sí, a la infeliz Venezuela, bajo la implacable dictadura de Maduro y de sus cómplices militares de las FFAA bolivarianas, asociadas con el narco tráfico.

Sí, porque además de todas las lacras que le mencionamos, hay otra para señalar. No todos viven en la misma miseria en Venezuela.

Mientras la gran mayoría sufre la situación que describimos, una selecta minoría, asociada al dictador vive en medio de lujos, viajes, y banquetes de todo tipo y laya.

Y, como cereza podrida en un postre envenenado, las autoridades de ese País insultan a la Comisionada de la ONU sobre los Derechos Humanos, que después de muchos años sin pronunciarse, se limita a mencionar la evidencia.

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Ahora pasemos de esta situación, que la vemos aún lejana, a nuestro propio territorio.

¿Qué diría Ud. de una autoridad pública nacional que defendiera a brazo partido esa opresión, y que dijera que él es un soldado de la causa de Maduro, al punto de que, si éste lo llamara para mantener esa situación, él iría de inmediato?

¿Qué diría Ud. si esa autoridad ocupara un escaño en el Senado de Chile, y que hubiera sido elegido por sus pares, como Presidente de la Comisión de Derechos Humanos del Senado?

Pues esa, y no otra, es la realidad que tenemos en Chile.

El Presidente de la Comisión de DDHH del Senado se llama Alejandro Navarro y ocupa el cargo por elección de sus pares en la Comisión.

Hay en todo esto algo que parece kafkiano. Es como elegir de presidente de los derechos humanos de los judíos a quien mantuvo un campo de concentración nazi.

Y no piense Ud. que estamos entrando en materia estrictamente política, al contrario, es lo que manifestaron los Obispos de ese País en una declaración conjunta sobre la situación de su País.

Pasamos la palabra a los Obispos venezolanos pronunciadas el 11 de julio pasado, bajo el título de: “Nuestra realidad marcada por el sufrimiento y el dolor de las mayorías.

“Reiteradamente hemos descrito la compleja y dramática situación política, económica y social que vive Venezuela, y que tiende a agravarse cada día.  Esta realidad queda reflejada en el reciente Informe del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos del 4 de julio de 2019.

“Otro rasgo muy significativo de la actual situación (venezolana) es el éxodo de más de un 12% de la población venezolana, impulsado por la situación política, el empobrecimiento de la clase media y el menosprecio de los pobres. Una generación de niños y niñas no han visto a sus padres durante meses. Si la situación económica y social continua en franco deterioro, el país puede perder en los próximos meses parte importante de su población.

“En esta crisis, van ganando terreno el deterioro moral de la sociedad con sus secuelas de violencia, mentira, corrupción e irresponsabilidad, y la desesperanza y el miedo de la ciudadanía. La inmensa mayoría de los habitantes del país rechaza esta situación porque se encuentra en abierta contradicción con los tradicionales valores cívicos, culturales y religiosos que han caracterizado a nuestro pueblo.

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“Proclamamos como hombres de fe que Dios quiere lo mejor para Venezuela, así lo afirma el profeta Jeremías: sus designios son de prosperidad, no de desgracia; él nos da un porvenir y una esperanza (cf. 29,11).

“Los regímenes políticos, ideologías, organizaciones o instituciones deben estar al servicio de estos principios fundamentales. Esto exige una decidida promoción y defensa de los derechos humanos, y una permanente denuncia de los abusos y violaciones de esos derechos, ya que “todos los atropellos a esa dignidad son atropellos al mismo Dios”

“Es perentorio para la recuperación de nuestro país que quienes se dedican al ejercicio de la política, o aspiren a hacerlo, lo hagan como una opción de servicio, – como “una alta forma de caridad”-, según la expresión del magisterio pontificio. Con políticos responsables, generosos, honestos, coherentes, capaces de movilizar la población a la consecución de grandes objetivos, se puede superar la crisis, ya que hay que enfrentar problemas y desafíos de gran magnitud.

“Como afirmamos el pasado mes de enero, ante la realidad de un gobierno ilegítimo y fallido, Venezuela clama a gritos un cambio de rumbo, una vuelta a la Constitución. Ese cambio exige la salida de quien ejerce el poder de forma ilegítima y la elección en el menor tiempo posible de un nuevo Presidente de la República.

“Ante la “emergencia humanitaria” en la que el sistema económico y político vigente ha sumido a toda la población, es urgente que se permita la entrada masiva y distribución de la ayuda de alimentos y medicinas, con participación y supervisión internacional, y deslastrada de las diatribas partidistas y del flagelo de la corrupción.

“Los miembros de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana, los órganos policiales y el Ministerio Público, en el cumplimiento de sus deberes constitucionales, deben obrar conforme a la justicia y la verdad, y no al servicio de una parcialidad política. Así erradicarán de su seno las prácticas de persecución y tortura, y resguardarán, defenderán y harán respetar los derechos de todos, por encima de cualquier interés personal o partidista.

“¡Dios es nuestro auxilio! (cfr. Is 41,10). Pedimos la intercesión de Nuestra Señora de Coromoto por esta noble causa. Con nuestro saludo y bendición.

Hasta aquí la voz de los Arzobispos y Obispos de Venezuela.

Y nosotros desde Chile, ¿Qué debemos hacer?

Tres cosas: La primera rezar para que esta situación finalice lo antes posible. En segundo lugar ayudar en todo lo que nos sea posible a las familias que han llegado a nuestro territorio y se encuentran sin trabajo, y en tercer lugar, exigir la renuncia del actual presidente de la comisión de DDHH del Senado, cómplice de esta situación.

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