Domingo Cuaresma 1A

Mt 4,1-11

Se acercaron a Él ángeles y lo servían

El Evangelio propio del Domingo I de Cuaresma es el de las tentaciones a las que fue sometido Jesús, después de hacer ayuno durante cuarenta días y cuarenta noches en el desierto. Ese tiempo fue su Cuaresma. En este ciclo A de lecturas leemos ese episodio de su vida en el Evangelio según San Mateo.

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Jesús acaba de ser bautizado en el Jordán y, en esa ocasión, bajó sobre Él el Espíritu Santo en forma de paloma y «una voz que salía del cielo decía: “Este es mi Hijo, el amado, en quien me complazco”» (Mt 3,17). Se espera, entonces, alguna reacción a esta impactante declaración, que es de una novedad absoluta. Es el Hijo de Dios, pero en todo aparece como hombre, tal como lo proclama el himno de la Carta a los filipenses: «Siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios, sino que se despojó de sí mismo tomando forma de esclavo, hecho semejante a los hombres. Y, apareciendo en su porte como hombre, se humilló a sí mismo, hecho obediente hasta la muerte, y muerte de cruz» (Fil 2,6-8).

La reacción de Jesús ante la tentación le dará ocasión de revelarnos por qué Él, siendo verdadero hombre, es amado de Dios y colma su complacencia. Por eso, la ocasión para esta importante revelación la crea el Espíritu Santo: «Jesús fue llevado por el Espíritu al desierto para ser tentado por el diablo».

El primero que reacciona ante la declaración de la voz del cielo que llama a Jesús su Hijo amado es el diablo. Lo va a tentar precisamente en su condición de Hijo de Dios, que compete sólo a Él. Para esto esperó que pasaran los cuarenta días de ayuno y que Jesús, siendo verdadero hombre, sintiera fuertemente el hambre: «Acercandose el tentador, le dijo: “Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en panes”». La tentación es una sugestión interior del diablo −o de otro, que haga el mismo oficio− a hacer algo contrario a la voluntad de Dios. La sugestión de convertir piedras en panes para saciar su hambre no puede recibirla un hombre, fuera de aquel que puede hacerlo, el Hijo de Dios. Esta tentación afecta solo a Jesús y, después de su ayuno, debió ser fuerte. Esto lo sabe bien el tentador. Por eso, la condición: «Si eres Hijo de Dios». Jesús demostró que tiene poder para convertir el agua en vino, para alimentar una multitud con cinco panes, para caminar sobre las aguas y resucitar muertos… Habría podido convertir las piedras en panes. Pero, si −en una hipótesis imposible− Jesús hubiera cedido a esa sugerencia interior, no habría podido cantar sobre Él el himno a los filipenses: «Hecho semejante a los hombres… hecho obediente». Él es más Hijo de Dios por su obediencia que por su poder. Su obediencia consiste en hacerse verdaderamente hombre. Rechazó, entonces, la tentación, diciendo al tentador: «Está escrito: “No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios”». Él vive de toda palabra que pronuncia Dios. Así lo declaró: «Mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado y llevar a cabo su obra» (Jn 4,34). Admirable lección para nosotros.

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Visto su fracaso en esa primera tentación, el diablo intenta una segunda: «Lo pone sobre el alero del Templo, y le dice: “Si eres Hijo de Dios, tírate abajo, porque está escrito: A sus ángeles te encomendará, y en sus manos te llevarán, para que no tropiece tu pie en piedra alguna”». Esta tentación podría afectar también a un hombre, pero a uno que ose «tentar» a Dios, poniendo a prueba su poder. Es lo que hizo el pueblo de Israel, después del éxodo, cuando no encontró agua en el desierto: «Aquel lugar se llamó Massá (tentación)… por haber tentado al Señor, diciendo: “¿Está el Señor con nosotros, sí o no?”» (cf. Ex 17,7). ¡Que Dios demuestre que es Dios dandoles agua en el desierto! Esto no lo hace Jesús y rechaza la tentación diciendo otra Palabra de Dios, que es su alimento: «Está escrito: “No tentarás al Señor tu Dios (Deut 6,16)”».

Por último, dado que Jesús no cedió a esas sugerencias del diablo, él debió concluir que no es el Hijo de Dios y, decide, entonces, tentarlo con una sugerencia que sí afecta a menudo al ser humano, el ansia poder: «Lo lleva consigo el diablo a un monte muy alto, le muestra todos los reinos del mundo y su gloria, y le dice: “Todo esto te daré, si postrandote me adoras”». Muchos, también hoy, y de manera ostensible ceden a esta tentación y no vacilan en mentir, matar y destruir movidos por el afán de conquistar el poder. Se da hoy a nivel de pequeños «reinos», que son sometidos a un dictador, y de grandes potencias sometidas a un gobernante absoluto. Pero se da también a todo nivel, en la familia, en las comunidades, en los grupos en que uno quiere imponer su voluntad. Ceder a esta tentación tiene resultados de muerte, que el diablo llama con su nombre: adoración a él. Debemos aprender de Jesús cómo rechazar esa tentación, diciendo: «Apártate, Satanás, porque está escrito: “Al Señor tu Dios adorarás, y sólo a Él darás culto”».

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Después de que Jesús rechazó esas fuertes tentaciones, que lo afectaban como Hijo de Dios y como hombre verdadero, ¿qué ocurrió con Él? Él confió en la palabra de Dios: «Dichosos los que temen al Señor, los que van por sus caminos… Dichoso tú, que todo te irá bien» (Sal 128,1.2). Y recibió la recompensa prometida: «Se acercaron a Él ángeles y lo servían». Esto es mucho mejor que comer piedras convertidas en panes y mucho mejor que dominar sobre los reinos de este mundo.

+ Felipe Bacarreza Rodríguez

Obispo de Santa María de los Ángeles

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