Domingo 30-B

Mc 10,46-52

Recobró la vista y lo seguía por el camino

En los últimos domingos hemos leído en forma continuada episodios del Evangelio de Marcos que ocurren cuando Jesús va con sus discípulos camino de Jerusalén. El último de esos episodios es el que leemos en este Domingo XXX del tiempo ordinario, que precisamente comienza y concluye con una insistencia en el camino: «Un mendigo ciego, estaba sentado al margen del camino… recobró la vista y lo seguía por el camino». Más importante que recobrar la vista parece ser el hecho de que fue incorporado al camino por el que va Jesús, seguido por sus discípulos y la multitud.

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Acentuamos este aspecto, porque en griego la palabra «camino» se dice «hodós» y a la concurrencia de muchos por el mismo camino hacia la misma meta se da el nombre de «syn-hodós = sínodo». Desde su fundación la Iglesia ha tenido un carácter sinodal, que comienza a realizarse en los Doce, luego en la primera Asamblea de Jerusalén y, más adelante, tiene su expresión suprema en el Concilio Ecuménico, que es el Sínodo de todos los Obispos. De éstos la Iglesia ha celebrado veinte. El último fue el Concilio Vaticano II. Y en este Concilio se decidió dar a este rasgo esencial de la Iglesia una expresión más continua con la creación de un Dicasterio de la Curia Romana que tiene el nombre de «Sínodo de los Obispos» y que tiene la misión de reunir periódicamente a representantes de los Episcopados de todo el mundo en torno a algún tema importante del momento. Es claro que ninguna de estas asambleas tiene legitimidad si no son convocadas por el Sucesor de Pedro y presididas por él mismo o por un delegado suyo. Desde el año 1967 hasta hoy, se han celebrado 15 Sínodos Ordinarios y 3 extraordinarios y también algunos Sínodos regionales. El próximo Sínodo Ordinario se celebrará en el año 2023 y tendrá como tema «la sinodalidad», como modo de ser de la Iglesia. Dado que la sinodalidad consiste en «ir juntos por el camino en seguimiento de Jesús», el Papa Francisco ha invitado a toda la Iglesia a vivir este rasgo de la Iglesia en estos dos años que faltan para ese Sínodo Episcopal. Este proceso lo comenzó el Papa Francisco en Roma el domingo 10 de octubre y en las Iglesias locales, el domingo pasado 17 de octubre.

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Hemos hecho esta explicación para que obtengamos del Evangelio luces para este camino sinodal. Ya hemos visto dos cosas que lo impiden y contra las cuales Jesús nos previene, la riqueza material y el poder de este mundo. El hombre rico que corre hacia Jesús, cuando Él ya se había puesto en camino con sus discípulos, fue llamado por Jesús a dejar atrás sus posesiones y seguirlo por el camino, a incorporarse al «syn-hodos» que hacía Él con los Doce. Pero sus posesiones se lo impidieron. Las posesiones materiales, que no duran más que el breve espacio de este mundo, son declaradas por Jesús un obstáculo para la sinodalidad. Y el domingo pasado, y también antes, veíamos que el afán de poder, de tener dominio sobre otros, pasión que anida en el corazón de todos y se manifestó también en el corazón de los Doce, es un grave obstáculo, porque produce antagonismos: «Los otros diez se indignaron contra Santiago y Juan» (Mc 10,41). Acerca de ese afán Jesús decía enérgicamente: «Nada de eso entre ustedes» y declaraba que la disposición correcta para la sinodalidad es querer ser el servidor de todos y el esclavo de todos. Mucho se ha visto en este tiempo la crítica –muchas veces acertada– contra los que tienen poder en la Iglesia; pero poco se ha visto el propósito de ubicarse en el último lugar y ser el esclavo de todos.

Una tercera recomendación nos hace Jesús en el Evangelio de hoy. El relato comienza con una larga frase que detalla varias circunstancias: Ocurre en Jericó, cuando Jesús ya salía de esa ciudad hacia su destino final; va acompañado de sus discípulos y una gran muchedumbre, lo que indica su gran popularidad; un ciego de quien se dice el nombre y también el de su padre –Bartimeo, hijo de Timeo–, está mendigando…; todo esto para decir: «Estaba sentado al margen del camino». Esta es la frase principal. Bartimeo estaba fuera del camino, no participaba de esa sinodalidad de la muchedumbre.

No sabemos cuánto tiempo se detuvo Jesús en Jericó. Lucas lo presenta atravesando esa ciudad rodeado de tanta gente que, para poder verlo, Zaqueo, que era de baja estatura, tuvo que trepar a un sicomoro; luego, se alojó en su casa –en casa de un publicano y rico– y también lo incorporó, porque, a diferencia de aquel otro rico, Zaqueo renunció a su riqueza: «Hoy ha llegado la salvación a esta casa… el Hijo del hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido» (Lc 19,9.10). La sinodalidad consiste también en «buscar y salvar al que está perdido».

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Bartimeo, lo mismo que Zaqueo, sabe quién es Jesús. Por eso, comienza a gritar para hacerse oír por Él: «¡Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí!». Entonces, para proteger a Jesús contra esa supuesta impertinencia, creyendo hacerlo mejor, «muchos lo increpaban para que se callara». Pero el ciego insiste y logra hacerse escuchar: «Jesús se detuvo y dijo: “Llamenlo”». Ante esta actitud de Jesús, la muchedumbre inmediatamente colabora animando, casi felicitando al ciego: «¡Animo, levántate! Te llama». Rasgo esencial de la sinodalidad es acoger este deseo de Jesús de llamar a todos los que están marginados, los que nunca han tenido la oportunidad de participar en la comunidad de los discípulos. Contrario a la sinodalidad es constituirse en un grupo cerrado, autosuficiente. Suele escucharse de grupos eclesiales decir: «No podemos invitar a tal persona, porque nosotros ya hemos hecho un camino juntos». Esta actitud, puede ser signo de «un camino errado». No era el caso de esa multitud, porque ellos son dóciles y acogen inmediatamente la corrección de Jesús.

El ciego ha gritado pidiendo compasión de parte de Jesús. Cuando es presentado ante Jesús, Jesús quiere saber cuál es su petición: «¿Qué quieres que te haga?». Es la misma pregunta que Jesús había hecho a los dos apóstoles que pretendían los primeros lugares. Todos los presentes esperaban que el ciego, que era un mendigo, pidiera a Jesús una limosna. Pero quedan todos en suspenso cuando escuchan esta respuesta: «Rabbuní, ¡que vea!». ¡Es mucho más que pedir los primeros lugares en un reino de este mundo! La admiración fue completa cuando Jesús, sin vacilar, accedió: «Vete, tu fe te ha salvado». Al rico sus posesiones le impidieron seguir a Jesús por el camino; en cambio, el mendigo «recobró la vista y lo seguía por el camino».

Muchos detalles del relato insinúan que Marcos lo recibió del mismo Bartimeo, que es su protagonista. Lo quiere presentar como un ejemplo de fe y de perseverancia en el seguimiento de Jesús. Hoy agregamos también «de sinodalidad».

+ Felipe Bacarreza Rodriguez

Obispo de Santa María de los Ángeles

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