Domingo Cuaresma 4-A

Jn 9,1-41

«Creo, Señor». Y se postró ante Jesús

El Evangelio de este Domingo IV de Cuaresma, ciclo A, que nos relata la curación del ciego de nacimiento, debe proclamarse también en los ciclos B y C, cuando se hace el segundo escrutinio de los catecúmenos, elegidos para recibir en la Vigilia Pascual los Sacramentos de la iniciación cristiana, Bautismo, Confirmación y Eucaristía. A esta celebración, que consistía en el lavado con agua, la unción con el crisma y la recepción del Cuerpo y la Sangre del Señor, se daba en los primeros siglos, el nombre de Bautismo y también Iluminación.

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Este episodio es un milagro obrado por Jesús, una de esas obras que dan testimonio de Él: «Las obras que el Padre me ha encomendado llevar a cabo, las mismas obras que realizo, dan testimonio de mí, de que el Padre me ha enviado» (Jn 5,36). Por eso, refiriéndose a este milagro, Jesús dice: «Debemos obrar las obras del que me envió mientras es de día» y declara que ese hombre nació ciego «para que se manifiesten las obras de Dios en él». Pero el relato está hecho acentuando la resonancia bautismal, es decir, el modo como alguien pasa del judaísmo al cristianismo, de escuchar a Moisés a la fe en Jesús, según la voz del Padre, que en la Transfiguración de Jesús, estando presente Moisés, dice: «Este es mi Hijo… Escúchenlo» (cf. Mt 17,5).

Como introducción a lo que Jesús va a hacer dice: «Mientras estoy en el mundo, soy luz del mundo». Lo que ocurrirá será una «iluminación», que toma como signo la vista, por la cual se ve la luz. Pero será también un «lavado (bautismo)», para lo cual Jesús hace barro con su saliva, unta con el barro los ojos del ciego y le dice: «“Anda, lávate en la piscina de Siloé (que quiere decir Enviado)”. Él fue, se lavó y volvió ya viendo». Se lavó y fue iluminado.

Comienza una discusión sobre la identidad del ahora vidente, que antes era un mendigo ciego: « ¿No es éste el que se sentaba para mendigar?». El hombre responde: «Soy yo». La pregunta obvia es: « ¿Cómo se te han abierto los ojos?». Esto da motivo al hombre para dar un primer testimonio sobre Jesús, acentuando nuevamente el lavado y la iluminación, ambos gestos, por ahora, materiales: «El hombre llamado Jesús, hizo barro, me untó los ojos y me dijo: “Anda a Siloé y lávate”. Yo fui, me lavé y vi».

«El hombre llamado Jesús». ¿Sabe el ciego quién es Jesús? Sabe, por lo menos, lo que saben sus padres, quienes en el momento de atestiguar que éste es su hijo y que nació ciego, no se atreven a decir más sobre el modo en que recobró la vista, «por miedo a los judíos, pues los judíos se habían puesto ya de acuerdo en que, si alguno lo reconocía como Cristo, quedara excluido de la sinagoga». En efecto, poco antes, durante la larga estadía de Jesús en Jerusalén antes de su pasión, el evangelista refiere una discusión entre la gente sobre quién es Jesús: «Muchos entre la gente… decían: “Este es verdaderamente el profeta” (cf. Deut 18,18; Jn 1,21). Otros decían: “Este es el Cristo”. Pero otros replicaban: “¿Acaso el Cristo va a venir de Galilea? ¿No dice la Escritura que el Cristo vendrá de la descendencia de David y de Belén, el pueblo de donde era David?”. Se originó, pues, una disensión entre la gente por causa de Él» (Jn 7,40-43). Al declarar, por tanto, el vidente que fue Jesús quien le dio la vista −untándole los ojos con el barro hecho con su saliva y mandándole lavarse−, está dando testimonio a favor de Él y exponiéndose a ser expulsado de la sinagoga.

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El asunto va escalando con la intervención de los fariseos ante los cuales el vidente repite su relato, ahora más resumido: «Me puso barro sobre los ojos, me lavé y veo». Ellos encuentran algo que objetar: era sábado y «hacer barro» es trabajar. Se produce de nuevo discusión sobre Jesús. Unos dicen: «Este hombre no viene de Dios, porque no guarda el sábado». Otros decían: «Pero, ¿cómo puede un pecador realizar semejantes señales?». En esta discusión preguntan al vidente qué dice él sobre Jesús. Responde: «Que es un profeta». Es un segundo testimonio favorable sobre Jesús. En la historia de Israel profetas como Elías y Eliseo habían obrado milagros semejantes.

Como no se encuentra solución a este impasse, optan por negar que el hombre haya sido realmente ciego. Pero se ven obligados a reconocerlo por el testimonio de los padres del que había sido ciego y ahora veía: «Nosotros sabemos que este es nuestro hijo y que nació ciego. Pero, cómo es que ahora ve, no lo sabemos; ni tampoco quién le ha abierto los ojos, eso nosotros no lo sabemos. Pregúntenle a él; edad tiene; puede hablar de sí mismo».

Los fariseos llaman por segunda vez al hombre y quieren hacerlo repetir todo. El hombre reacciona con cierta ironía: « ¿Para qué quieren oírlo otra vez? ¿Es qué quieren también ustedes hacerse discípulos suyos?». Los fariseos responden airados, pero dan la definición más bella sobre ese ciego ya vidente, que es el punto al que quiere llegar todo el relato: «Tú eres discípulo de ese hombre». Y agregan lo que define a ellos: «Nosotros somos discípulos de Moisés. Nosotros sabemos que a Moisés le habló Dios; pero ése no sabemos de dónde es». El hombre responde dándoles una lección de teología (más bien de sentido común): «Eso es lo extraño: que ustedes no sepan de dónde es y que me haya abierto a mí los ojos. Sabemos que Dios no escucha a los pecadores; pero, si uno es religioso y cumple su voluntad, a ése lo escucha. Jamás se ha oído decir que alguien haya abierto los ojos de un ciego de nacimiento. Si éste no viniera de Dios, no podría hacer nada». Ellos no aceptan que les den lecciones y «lo echaron fuera». Quedó excomulgado de la sinagoga, que era la sanción más grave, que privaba a la persona también de sus derechos civiles, dado que Israel era un estado teocrático.

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Pero no quedaría excluido. En realidad, se trataba de un paso de la sinagoga a la comunidad de los discípulos de Jesús: «Jesús se enteró de que lo habían echado fuera y, encontrándose con él, le dijo: “¿Crees tú en el Hijo del hombre?”». Esta es claramente una alusión al rito del Bautismo, que se administraba después de profesar la fe respondiendo: «Sí, creo». Pero debía preceder una esmerada catequesis. Es la que Jesús le impartirá respondiendo a la pregunta del hombre: « ¿Y quién es, Señor, para que crea en Él?». Es la pregunta que todo catecúmeno debe saber responder. Jesús le dice: «Lo has visto; y el que está hablando contigo, ése es». En efecto, el hombre había recobrado la vista y lo estaba viendo por primera vez. Pero Jesús se refiere a la visión que concede la fe y que explica la reacción del hombre: «“Creo, Señor”. Y se postró ante Él». Postrarse ante Él es confesarlo como su Dios, requisito necesario para la iniciación cristiana.

Como decíamos, el relato tiene la finalidad de presentarnos a ese ciego como un ejemplo de fe, no exenta de persecución, y como ejemplo de un verdadero discípulo de Cristo.

+ Felipe Bacarreza Rodríguez

Obispo de Santa María de los Ángeles

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