El Evangelio del Domingo 14 abril 2024

Domingo de Pascua 3-B

Lc 24,35-48

Creo en la resurrección de la carne

El Evangelio de este Domingo III de Pascua nos transmite la versión del evangelista Lucas sobre esa primera aparición de Cristo resucitado a sus discípulos reunidos en la tarde de ese primer día de la semana en que resucitó. El domingo pasado leíamos la versión de Juan.

Los biblistas reconocen una relación entre los Evangelios de Juan y Lucas y uno de los indicios de esa relación es esta aparición de Jesús resucitado a sus discípulos en Jerusalén (no en Galilea). Se puede indicar también Marta y María (Juan agrega a Lázaro), detalles comunes del juicio contra Jesús, una sola multiplicación de los panes y otros indicios.

Juan no nos informa sobre el motivo que reunió a todos los discípulos de Jesús en la tarde del día de su resurrección, de manera que Él pudiera encontrarlos a todos allí (excepto Tomás) a puertas cerradas. Como decíamos −comentando ese Evangelio−, el evangelista favorece el tema del «Día del Señor» como día habitual de reunión de la comunidad cristiana. De hecho, la única vez que aparece en el Nuevo Testamento la expresión «Día del Señor» (kyriaké hemera = día domínico) es en Apocalipsis 1,10, que es reconocido como de ambiente joaneo, y se usa en contexto litúrgico, insinuado por la visión de los «siete candelabros de oro y en medio de los candelabros como a un Hijo de hombre, vestido de una túnica talar, ceñido con un ceñidor de oro…» (cf. Apoc 1,12.13).

En Lucas, en cambio, el motivo que tiene reunidos «a los Once y a los que estaban con ellos» en esa misma tarde es otro. Ellos mismos lo indican. En efecto, cuando llegan a Jerusalén los dos discípulos que han caminado con Jesús hacia Emaús, después de que lo reconocieron, pensando que traen una primicia, se encuentran con este recibimiento: «¡Es verdad! ¡El Señor ha resucitado y se ha aparecido a Simón!». Si no creyeron al anuncio de las mujeres, que fueron las primeras en ver a Jesús resucitado, ahora, que el anuncio es de Simón, sí creen: « ¡Es verdad! … Se ha aparecido a Simón». Lo que los tiene reunidos es la resurrección de Jesús, creída por el testimonio de Simón. Por su parte, los discípulos de Emaús «contaron lo que había pasado en el camino y cómo lo habían conocido en la fracción del pan». Este es el nombre que adoptó la celebración eucarística en los primeros siglos. De esta manera, vuelve la alusión al «Domingo».

El tema central del episodio viene a continuación: «Estaban ellos hablando de estas cosas, cuando Él se puso en medio de ellos y les dijo: “Paz a ustedes”». Notar la semejanza con el vocabulario de Juan. Es una aparición, como se verá más adelante. Pero el evangelista Lucas tiene la misma preocupación que Juan y no usa el verbo «aparecerse». Queda clara la intención del evangelista de evitar este verbo, al observar que lo tiene a mano y acaba de usarlo dos líneas más arriba, cuando escribe: «Se apareció a Simón». Es porque cada vez que la comunidad se reúne para celebrar el Día del Señor Jesús se pone en el medio, pero ¡no aparece! Es la misma preocupación de Juan, lo que demuestra nuevamente la cercanía de estos dos evangelistas.

Ante el estupor de ellos, dos veces indica Jesús un extraño medio de identificación: «Miren mis manos y mis pies; Yo soy, el mismo… Y, diciendo esto, los mostró las manos y los pies». Son las señas de su pasión y muerte de cruz. Quiere demostrar que el mismo que estuvo crucificado es el que está ahora vivo. En los otros dos Sinópticos −Marcos y Mateo−, el ángel que las mujeres encuentran en el sepulcro afirma esa identificación diciendo: «Buscan al crucificado… Ha resucitado» (Cf. Mc 16,5; Mt 28,5). Pero, lo mismo que en el Evangelio de Juan, la experiencia visual no basta −recordar la condición de Tomás−, porque se puede prestar a ilusión: «Palpenme y vean que un espíritu no tiene carne y huesos como ven que Yo tengo». Por eso, confesamos en el Símbolo de la fe: «Creo en la resurrección de la carne». Resucita la persona humana, compuesta de materia y espíritu, aunque la carne resucitada no será confinada, ni por el tiempo ni el espacio. Por eso, agregamos: «Creo en la vida eterna». Es una carne que no sufre el paso del tiempo, porque ya no envejece ni muere.

Un nuevo paralelismo con Juan es que Jesús da una nueva prueba de su carne resucitada, comiendo ante sus discípulos y digiriendo ese alimento, es decir, interactuando con un elemento material, como es la comida: «Les dijo: “¿Tienen aquí algo de comer?”. Ellos le ofrecieron parte de un pez asado. Lo tomó y comió delante de ellos».

Despejada toda duda de su resurrección según la carne, Jesús establece ese evento con la clave de toda la revelación: «Abrió sus inteligencias para que comprendieran las Escrituras». Las Escrituras son Palabra de Dios y su comprensión es un don de Dios. Él es quien abre la inteligencia a su comprensión. En esto se revela Lucas como discípulo de Pablo y compañero en sus viajes apostólicos. Para el apóstol el pueblo judío tiene las Escrituras, pero mientras no se conviertan a Cristo las leen como quien tiene delante un velo: «Se embotaron sus inteligencias. En efecto, hasta el día de hoy perdura ese mismo velo en la lectura del Antiguo Testamento. El velo no se ha levantado, pues sólo en Cristo desaparece. Hasta el día de hoy, siempre que se lee a Moisés, un velo está puesto sobre sus corazones. Y cuando alguien se convierte al Señor, se arranca el velo» (2Cor 3,14-16).

¿Qué es lo que comprende quien lee la Escritura una vez arrancado el velo, es decir, una vez que se convierte al Señor? Responde Jesús: «Así está escrito que el Cristo padeciera y resucitara de entre los muertos al tercer día y se predicara en su Nombre la conversión para perdón de los pecados a todas las naciones, empezando desde Jerusalén». De esta manera, el evangelista anuncia ya el segundo tomo de su obra, en que comienza la predicación a todas las naciones, no sólo a Israel. Los Hechos de los Apóstoles relatan esa predicación, sobre todo, la de San Pablo, que se desarrolla en sucesivos viajes, siempre «partiendo desde Jerusalén» y extendiendose a todos los pueblos, valiendole el nombre de «apóstol de los gentiles».

Por último, Jesús define la condición esencial de un discípulo y apóstol: «Ustedes son testigos de estas cosas». Es un testimonio que se da no sólo con la palabra, sino sobre todo con la vida. Dios ha dispuesto que la fe se conceda como un don, pero con ocasión de un testimonio.

+ Felipe Bacarreza Rodríguez

Adm. Apostólico de Santa María de LA

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