Mt 22,1-14

Llamen a todos a la boda

Cuando el Antiguo Testamento se tradujo del hebreo al griego y dio origen a la así llamada «versión de los Setenta», o simplemente LXX, las expresiones hebreas que designaban al Pueblo de Israel como entidad sagrada –edat YHWH y qehal YHWH– se tradujeron al griego indistintamente por «synagogué Kyríou» o «ekklesía Kyriou». Los discípulos de Cristo, que usaban en su predicación y en sus escritos esa versión de los LXX, adoptaron la expresión «Ecclesía = Iglesia» para designar su propia asamblea y dejaron la expresión «Synagogué = Sinagoga» para designar la reuniones de los judíos. Ese es el uso que adoptan los Evangelios y otros escritos del Nuevo Testamento.

¿Por qué eligieron los cristianos «iglesia», en lugar de «sinagoga», siendo que ambas palabras significan aproximadamente lo mismo, como hemos dicho? La expresión syn-agogué, tiene el sustantivo fundamental griego «agogué» que significa «acción de llevar». La sinagoga es el resultado de esa acción de llevar juntos; la palabra española más cercana es «congregación». Por su parte, ek-klesía, tiene el sustantivo fundamental griego «klesía», que significa «vocación», precedido por la preposición «ek = ex, desde». La Iglesia es el resultado de los que son «llamados desde». Es esencial al concepto de Iglesia, porque forma parte de esa misma palabra, la vocación de todos sus miembros. Nadie pertenece a ella por propia iniciativa. Todos son «llamados desde» una situación de perdición a una situación de salvación.  Por eso, desde San Cipriano (año 200-258 d.C.) siempre se ha afirmado: «Extra Ecclesiam nulla salus = Fuera de la Iglesia no hay salvación». El Catecismo de la Iglesia Católica hace de esa afirmación un subtítulo y explica cómo debe entenderse (N. 846-848).

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En el Evangelio de este Domingo XXVIII Jesús expone una nueva parábola con la cual compara el Reino de los cielos. Pero está continuamente resonando la palabra «vocación», insinuando así a la Iglesia: «El Reino de los Cielos es semejante a un rey que celebró el banquete de bodas de su hijo. Envió sus siervos a llamar a la boda a los invitados, pero no quisieron venir». Ambas palabras, «llamar» e «invitados», son formas del mismo verbo griego, del que proviene «klesía». Suena textualmente: «llamar a los llamados = kalésai tous kekleménous».

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Llama la atención en la parábola la paciencia del rey, que insiste en llamar a sus invitados, incluso ponderando la excelencia del banquete con que los espera: «Envió de nuevo otros siervos, diciendo: Digan a los invitados: “Vean, mi banquete está preparado, se han  matado ya mis novillos y animales cebados, y todo está a punto; vengan a la boda”». Dos veces suena el verbo «enviar», que en griego suena «apostéllo» de donde proviene nuestra palabra «apóstol». Es el nombre que la Iglesia dio a esos siervos del Señor que son enviados por él a llamar a los hombres y mujeres a formar parte de la Iglesia de Cristo.

También el segundo llamado fue rechazado, porque se prefirieron otras cosas: «se fue uno a su campo y otro a su negocio». Pero, además, «agarraron a los siervos, los escarnecieron y los mataron». No sólo desprecian al rey, excluyendose a sí mismos de su banquete, sino que provocan su ira: «Se airó el rey y, enviando sus tropas, dio muerte a aquellos homicidas y prendió fuego a su ciudad». Aquí el verbo «enviar» ya no es el propio del apóstol. En el caso de las tropas, se usa otro verbo griego: «pempo = enviar».

El relato continúa expandiendo el llamado a todos: «Entonces el rey dice a sus siervos: “La boda está preparada, pero los invitados (llamados) no eran dignos. Vayan, pues, a los cruces de los caminos y, a cuantos encuentren, llamenlos a la boda”. Los siervos salieron a los caminos, reunieron a todos los que encontraron, malos y buenos, y la sala de bodas se llenó de comensales». Dos puntos son importantes en esta escena. En primer lugar, después del rechazo de los primeros, ahora el llamado es universal; todos están llamados, sin exclusión. Esto tiene su actuación en la realidad, cuando Jesús resucitado envía a sus apóstoles diciendoles: «Vayan y hagan discípulos de todos los pueblos» (Mt 28,20). Lo segundo es que el evangelista, con toda intención, dice que fueron llamados «malos y buenos». Antepone los «malos», para que no se entienda que la salvación es solamente para los buenos; en realidad, el llamado es para los que se reconocen malos, pecadores; lo dice Jesús: «No he venido a llamar a justos, sino a pecadores» (Mt 9,13).

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La parábola estaba completa hasta aquí (hasta aquí se desarrolla en el texto paralelo de Lucas 14,16-24). Pero Mateo agrega un último capítulo, para que no se crea que el ser llamados no comporta ningún compromiso: «Entró el rey a ver a los comensales, y al notar que había allí uno que no tenía el traje de boda, le dice: “Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin traje de boda?”. El enmudeció. Entonces el rey dijo a los sirvientes: “Atenlo de pies y manos, y echenlo a las tinieblas de fuera; allí será el llanto y el rechinar de dientes”». A esto se refiere el signo que se hace cuando se bautiza a un nuevo miembro de la Iglesia, que consiste en revestirlo con una vestidura blanca con las palabras: «N. te has revestido de Cristo. Que esta vestidura blanca sea signo de tu dignidad de cristiano… Conservala sin mancha hasta la vida eterna». Esto le faltó a aquel comensal que fue arrojado fuera.

Jesús concluye la parábola con esta afirmación: «Muchos son los llamados; pero pocos los escogidos». La salvación se ofrece a todos los seres humanos; pero es una realidad lamentable que no todos la acogen. Lo dice Jesús en otro lugar respondiendo precisamente a la pregunta sobre cuántos: «Entren por la entrada estrecha; porque ancha es la entrada y espaciosa la vía que lleva a la perdición, y son  muchos los que entran por ella; pero ¡qué estrecha la entrada y qué angosta la vía que lleva a la Vida!; y poco son los que la encuentran» (Mt 7,13-14).

+ Felipe Bacarreza Rodríguez

Obispo de Santa María de los Ángeles

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