Por Juan Antonio Montes Varas

Director Acción Familia

Si hay algo que entusiasma a los papás es ver a sus hijos crecer.

El crecimiento hace parte de nuestra naturaleza humana, así como el progreso hace parte del deseo de cualquier sociedad sana. Una sociedad que no quisiera crecer, desde todos los puntos de vista, sería como un niño que se estancase en su proceso de maduración a los 4 o 5 años. Quedaría un pequeño enano voluntario.

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Esto es tan cierto que las Sagradas Escrituras celebran que Nuestro Divino Redentor, “crecía en edad y Sabiduría”.

Estas consideraciones nos vienen a propósito cuando observamos que cada vez más las ansiedades con el medio ambiente, el cambio climático, los pueblos originarios y el futuro de la humanidad se van transformando en una especie de histeria colectiva que aleja de la racionalidad y justifica las medidas más insanas que conllevan el no progresar como sociedad.

Hace pocas semanas atrás, mediante un comunicado en su sitio web un grupo llamado “Individualistas tendiendo a lo salvaje” se adjudicó el intento de ataque explosivo contra el presidente de Metro de Santiago, Louis de Grange.

El referido grupo se define como “eco-terrorista” y destaca que el Metro “con sus proyectos futuros y los ya realizados sólo consiguen roer y destruir aún más la tierra, abriéndola y desgarrándola en cada vez más kilómetros”.

“Con nuestro atentado no buscamos acabar con la empresa Metro, ni que depongan sus proyectos, eso sería estúpido e iluso. Solo buscamos honrar la tierra con explosiones y sangre. Esta vez ha sido el representante máximo de Metro, ayer fue el de (la empresa minera) Codelco, mañana algún otro ejecutivo importante”, dice el texto haciendo alusión a ataques anteriores y anunciando otros futuros.

No se crea que este es solamente un grupúsculo sin importancia que hace noticia exclusivamente por sus atentados criminales.

Cuatro días antes del atentado, Alberto Curamil, agitador ambientalista del sur de Chile, quien está detenido en la cárcel de Temuco, acusado de robo con violencia y homicidio frustrado en contra de Carabineros, recibió el denominado “Nobel Verde”.

Según nota de prensa, el galardón fue instituido en 1990 por los filántropos Richard y Rhoda Goldman para (…) dar reconocimiento a individuos ordinarios que trabajan para proteger y mejorar el medio ambiente, y para inspirar a otros para que sigan el ejemplo de los ganadores del Premio”.

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Los responsables del otorgamiento del premio no ignoraban su calidad de condenado por la justicia, al contrario, Ilan Kayatsky, Director de Comunicaciones del Premio Medioambiental declaró lo siguiente: “Hemos seleccionado a Alberto Curamil para el Premio debido a su liderazgo feroz en la formación de coaliciones y para su defensa poderosa para proteger el río Cautín y el territorio mapuche. Él ha sido un defensor firme para su pueblo y para la tierra y los ríos y merece la atención y el respeto de la comunidad internacional”.

Otro indicio semejante de histeria se mostró esta semana pasada. Una sensata carta publicada en el diario “El Mercurio”, del historiador y Premio Nacional de Historia Sergio Villalobos, sobre la artificialidad de imponer el uso de la lengua mapuche por parte del Estado dio lugar a un acalorado debate. En una de las réplicas, el diputado de izquierda Crispi escribió: “El dungun, mapudungun, mapuzungun, chedungun, entre otras formas de referirnos a una compleja lengua ancestral, es reflejo vivo de la cultura mapuche. En ella están entremezclados todos los elementos, tradiciones y rituales propios. La conexión con la ñuke mapu (o madre tierra) y la búsqueda del buen vivir (o küme-mongen) son solo algunas de las ideas que se pueden apreciar en este idioma, tan rico y profundo, que ni siquiera tiene una forma unívoca de hablarlo o escribirlo”.

O sea, para el parlamentario en cuestión todos los dialectos de la lengua mapuche que enumera deben ser impuestos por el Estado por su conexión con la religión mapuche. Curiosa argumentación en boca de quien ciertamente se dice laico.

Ciertamente él no estaría de acuerdo si le dijésemos que el Estado debería, por las mismas razones,  incentivar el estudio del latín en los colegios, pues además de ser la fuente original del español, ese idioma ha sido durante siglos “un reflejo vivo” de la cultura católica.

El mencionado parlamentario ciertamente diría que esa propuesta es un atentado a la laicidad del Estado. ¿No hay en esta actitud una evidente contradicción?

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En sentido opuesto a toda esta propaganda, el Centro de Estudios Públicos dio a conocer una encuesta realizada a los mapuches mayores de 18 años y que viven en la zona de la Araucanía y publicada el domingo pasado por la prensa nacional.

En ella se informa que el 94% de las personas entrevistadas y que se reconocen como de origen mapuche,  prefieren títulos de dominio individual y no comunitario. “De ellas, un 83% declaró que no son legítimas las acciones violentas de algunos grupos para recuperar sus tierras, mientras que un 50% cree que los mapuches tienen derecho a vender sus tierras. Por último, solo un 2% considera como prioridad aplicar una ley de cuotas indígenas”.

Sobre el tema cultura e identidad, la misma investigación informa que: “del total de la población encuestada, solo un 15% habla mapudungun, mientras que un 85% no lo hace. De la misma manera, un 56% no ha participado en ninguna ceremonia mapuche durante los últimos 12 meses. En cuanto a la religión, un 39% de los encuestados se declara católico; un 35%, protestante o evangélico, y solo un 5% dice pertenecer a una espiritualidad mapuche.”

En una palabra, los supuestos beneficiados no se interesan por el griterío organizado en su nombre.

De continuar esta histeria dogmática que supone que cualquier adelanto significa el fin del planeta, se deberían detener todas las iniciativas de progreso material de las naciones sudamericanas, todas las carreteras, todas las mineras, cualquier tipo de explotación de los océanos y así por delante, reduciendo la vida de las familias a una sobrevivencia en medio de la miseria, como en Venezuela.

Pareciera que éste es el ideal de muchos ambientalistas que están presionando para que el próximo Sínodo de la Amazonia, que tendrá lugar en Roma el próximo mes de octubre, les otorgue una carta de ciudadanía.

Esperemos que esto no ocurra pues en ese caso la irracionalidad dogmática e histérica, intentará condenar cualquier civilización y progreso material, condenándonos al “ideal” de las tribus, con sus atrasos, sus supersticiones y su paganismo.

Gracias y recuerde que nos puede seguir en www.credochile.cl, semana a semana.

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