Por Juan Antonio Montes Varas

Director Acción Familia

Sin duda que uno de los hechos más noticiados la semana pasada fue la que la Convención Constituyente haya concluido su primer mes de trabajo.

No nos vamos a referir en este comentario a los logros alcanzados, ni tampoco a las dietas autoasignadas por los mismos convencionales.

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Nuestro comentario quiere centrarse en un aspecto poco considerado por el noticiero y que a nuestro entender representa un hecho particularmente grave para los fundamentos cristianos de nuestro País.

Digamos, en primer lugar, que los símbolos y los rituales tienen, en la vida de las naciones, un aspecto mucho más importante del que aparece a primera vista.

Ellos representan los anhelos de una nación, sus creencias, su norte y, en ese sentido tienen consecuencias profundas en lo más profundo del alma de la sociedad. En cierto sentido, se puede decir que un símbolo es el espejo de un País.

Es por esta razón que la bandera nacional ha sido siempre respetada y querida por todos los chilenos. Ella es mucho más que el conjunto de varios pedazos de tela, de distintos colores, acompañados de una estrella.

Hay, en esta veneración por los símbolos históricos que interpretan nuestras propias raíces, algo similar a la veneración que se tiene por los símbolos religiosos.

Sin embargo, estos últimos son aún mucho más importantes para la vida de una nación, porque ellos dicen relación a lo sagrado, es decir a aquello que más que una cosa material, tiene su explicación en Dios mismo.

Una Iglesia, una cruz, una imagen religiosa, el hábito de una religiosa, todos ellos han representado por siglos la imagen de la Fe de los chilenos en una misma religión y en un mismo Dios que nos ha protegido y que nos une.

Sin duda que una de las más bonitas oraciones de Monseñor Ángel Jara, obispo de Valparaíso y amigo de San Juan Bosco, es la que compuso en honor de la Virgen del Carmen y que, en uno de sus trechos, dice:

“Reconocemos humildemente que uno de los mayores beneficios que Dios ha concedido a nuestra Patria, ha sido señalaros a Vos por nuestra especial Abogada, Protectora y Reina. Por eso a Vos clamamos en todos nuestros peligros y necesidades seguros de ser benignamente escuchados. Vos sois la Madre de la Divina Gracia, conservad puras nuestras almas; sois la Torre poderosa de David. defended el honor y la libertad de nuestra Nación; sois el refugio de los pecadores, tronchad las cadenas de los esclavos del error y del vicio; sois el consuelo de los afligidos, socorred a las viudas, a los huérfanos y desvalidos; sois el auxilio de los cristianos, conservad nuestra fe y proteged a nuestra Iglesia”.

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Esta oración no sólo es un pedido de carácter patriótico. Ella se basa en una profunda verdad de Fe, enseñada por Nuestro Señor Jesucristo, cuando dijo, “Sin Mí nada podéis hacer”. El mismo Señor también nos dijo:  “El que no está conmigo, está contra mí; y el que no recoge conmigo, desparrama”. (Mateo 12:30)

Todas estas consideraciones nos parecen indispensables de tener presente al momento de referirnos a los dos símbolos que fueron presentados por la directiva de la Convención Constituyente al concluir su primer mes de existencia.

Así lo comenta una noticia periodística:

“Una mapuche encabeza la convención, una machi ocupa el primer asiento del hemiciclo y las ceremonias pachamámicas reemplazaron ahí adentro a las misas cristianas. Para celebrar el primer mes, los pueblos del norte hicieron rogativas a la madre Tierra y representantes de todos los sectores políticos se dieron la mano para bailar una ronda, mientras humeaban las hierbas andinas. No se trata de una conversión religiosa, ni de una vuelta a las utopías primitivistas, ni de extravíos new age. Son los sueños y los juegos despreciados, las estéticas ajenas al gusto hegemónico, las miradas históricamente sometidas que irrumpen, ahora sin la furia callejera, en el acuerdo comunitario”.

Nótese la importancia que la noticia le da al hecho de que estas ceremonias religiosas, “reemplazaron a las misas cristianas”.

Resulta particularmente chocante este culto pachamámico, en los jardines del Congreso. Con razón lo recordó el abogado Jorge Precht, ex asesor legal de la Conferencia de Obispos:

“Lo sucedido en el Congreso no fue respetuoso para con los católicos, en el solar del Parlamento murieron casi 2000 fieles, (un 2% de la población de Santiago, en 1863).”

En efecto, fue en ese mismo lugar en que hace exactamente 158 años atrás, en un día 8 de diciembre, Fiesta de la Inmaculada Concepción, se encontraba todo Santiago, en la Iglesia de la Compañía de Jesús, venerando la Fiesta de la Santísima Virgen, cuando un enorme incendio consumió a la casi totalidad de los fieles. Fue por esa catástrofe que se inauguró el servicio de Bomberos de Santiago.  En recuerdo de esa tragedia, hasta el día de hoy está la imagen de la Inmaculada Concepción, recogida y dolorosa por sus fieles difuntos.

Sin embargo, no se trata de un mero reemplazo lo que promovió la dirigencia de la Convención Constituyente. Es mucho más que eso, es una expulsión de todo lo que sea cristiano. Y esta actitud quedó certificada con el otro hecho simbólico que la Convención quiso mostrar en la misma ocasión, con la colocación de banderas de la “diversidad”.

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El mismo medio periodístico informa al respecto:

“Hoy la Mesa Directiva ofreció una sorpresa a los constituyentes y los recibió con el ex Congreso repleto de banderas para celebrar el primer mes de trabajo del órgano constituyente, que se ha traducido en 30 días de trabajo y 230 horas de sesiones.

Los estandartes tienen el objetivo de representar a todas las diversidades de nuestro país, con banderas de los pueblos originarios, gobiernos regionales y comunidades de la ciudadanía, como la LGBTQ+ y asociaciones feministas”.

Sin embargo, lo que la noticia no dice es que uno de los convencionales pidió a la Sra. Loncón, incluir dentro de las banderas una que representara la fe en Nuestro Señor Jesucristo. El pedido, más que justo, pues ella representaría la Fe de la gran mayoría de los chilenos, fue rechazada por la presidenta del organismo público.

Es decir, en el momento de conmemorar el primer mes de la Convención Constituyente, oficialmente se expulsa de esa asamblea a la Persona Divina de Nuestro Señor Jesucristo.

Mal servicio cumple la Convención, promoviendo esta expulsión, pues al hacerlo, está sacando de la construcción precisamente la piedra central del edificio, Aquel, sin el cual “nada se puede hacer” ni construir.

Algún auditor nos podrá decir que esas banderas representaban las identidades culturales de los pueblos originarios, y que en cuanto tal, ellas son representantes de una buena parte de la población nacional.

A nuestro eventual objetor le respondemos que la gran mayoría de las familias descendientes de pueblos originarios son católicas o cristianas. Y que en cuanto tal, ellas se consideran lesionadas en sus más profundas creencias al prohibir cualquier signo cristiano al interior de la Constituyente.

Por otra parte, ¿qué chileno puede decir que no tiene sangre indígena en sus venas? ¿Y por qué entonces no poner sólo la bandera nacional?

En verdad, los chilenos somos una raza mestiza, unida por una misma historia y mayoritariamente católica.

Estos atributos de unidad son los que parecen molestar a quienes promueven un indigenismo beligerante e ideológico en pro de una confusa “plurinacionalidad”.

No será así que se podrá redactar un texto constitucional en que todos nos sintamos representados. Bien se le podría recordar a los Sres. Convencionales la máxima de Nuestro Señor para todas las empresas humanas: “Procurad el Reino de Dios, y todo lo demás os será dado por añadidura”.

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