El común denominador es casi siempre el mismo. Nombres ultrafamosos e ilustres de hombres que aportaron un vital grano de arena a la ciencia, la historia y la humanidad: Albert Einstein y el eclipse que lo hizo popular, Isaac Newton y su genio paciente, Nikola Tesla y sus invenciones, etc. Pero cuando se trata de mujeres muy probablemente acudan a la pronta memoria la historia de Marie Curie y, como un todo, el grupo de mujeres que hizo posibles los más icónicos pasos de la NASA en el espacio. Sin embargo, hay más. Siempre hay más. De ahí que a menudo poco se sepa sobre Chien-Shiung Wu.

Entre los obstáculos que esta física nacida en 1912 a las afueras de Shanghái tuvo que enfrentar para ser reconocida y respetada se cuenta su género, además de ser china durante la primera mitad del siglo XX, época difícil y turbulenta para los derechos fundamentales de toda mujer. Pero Wu estaba marcada para cumplir con el legado histórico de compatriotas como Wang Zhenyi, una genio de las matemáticas durante la dinastía Qing.

Cuando el Imperio se desplomó gracias a la Revolución, esa visión de que a las mujeres se las educaba para servir a los hombres cambió. Uno de los artífices de dicho progreso fue el padre de Chien-Shiung Wu, quien creía en la igualdad entre hombres y mujeres. Fue él quién además creó una escuela para niñas donde su hija recibió educación y demostró ser una estudiante superior. Al proseguir su formación, no tardó en encontrar el camino que le llamaba como su destino: las ciencias, sobre todo la física.
Vivió siete años en un internado para chicas, hasta que se graduó. Su plan era ingresar a la Universidad Nacional Central de Nanjing, pero el acceso estaba vetado a las mujeres, por lo que Chien-Shiung comenzó una etapa de activismo. El contexto y la circunstancia le sonrió de una manera agridulce: durante la invasión de Japón a China, lideró a grupo de estudiantes que tomó la mansión presidencial y exigieron, hasta lograrlo, que la casa de estudios abriera sus puertas a las mujeres. Transcurridos cuatro años, se licenció oficialmente como física.

Su periplo académico apenas comenzaba. Se desempeñó como investigadora en el Instituto de Física de la Academia Sinica y se hizo experta en cristalografía. Aconsejada por uno de sus maestros, se postuló a la Universidad de Michigan para completar su doctorado. Fue admitida por la institución, que además le ofreció apoyo económico para que pudiera dedicarse a la investigación de la espectroscopia atómica.

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Chien-Shiung Wu se dirigió en 1936 al país de las barras y las estrellas. Llegó a San Francisco, California, poco antes de comenzar sus cursos en Michigan. Allí un amigo de Berkeley le presentó a Luke Chia Yuan, quien se ofreció a enseñarle el campus de la Universidad de Berkeley y los laboratorios de física. Allí conoció al profesor Ernest O. Lawrence, mente maestra detrás de la construcción del primer ciclotrón, que utilizaba campos magnéticos para acelerar y romper fragmentos atómicos.

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El científico, impresionado por Wu, la animó a quedarse en Berkeley para trabajar con él, una leyenda viviente de la física nuclear.

En 1940, ya culminado su doctorado, sus colegas se referían a ella como “La Autoridad”. Ciertamente era una experta en fisión nuclear. Íconos de la física como Enrico Fermi solían consultarle orientación cuando sus investigaciones tocaban un punto muerto. Fermi, quien junto con su equipo de trabajo intentaba concretar la primera reacción en cadena de plutonio autónoma y a gran escala, le preguntó a Wu cómo podía lograrlo. Ella identificó que el problema era la acumulación de xenón que se producía en la fisión del plutonio. A pesar de ser un gas noble inerte, el isótopo producido en la reacción en cadena de Fermi y su equipo tenía tendencia a capturar neutrones dispersos. Con ello la científica china había resuelto uno de los enigmas más complejos de la física experimental.

Cuando se inició la Segunda Guerra Mundial los prejuicios por su género y la xenofobia tocaron a su puerta una vez más. Estaba involucrada en el Proyecto Manhattan, un equipo de científicos que se proponían arar la primera bomba atómica antes de que lo hicieran los nazis. Tras el atentado en Pearl Harbor, fue execrada del equipo por tener rasgos orientales, parecidos a los de los japoneses y que, por alguna extraña razón, la convertían en sospechosa de colaborar con el enemigo.

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Poco después su esposo obtuvo empleo en Nueva Jersey y consiguió trabajó como docente en un colegio para niñas en Massachusetts. Wu se reencontró en Boston con su profesor y colega, Lawrence, quien movió sus influencias y le garantizó un lugar como docente de la Universidad de Princeton, con lo que se convirtió en la primera mujer docente de Física en dicha institución. Con todo el inmenso reconocimiento y prestigio que gozaba, tanto como investigadora como docente, no había sido nombrada catedrática en ninguna casa de estudio.

En 1945, al término del conflicto bélico, pudo continuar como investigadora asociada en la Universidad de Columbia. Hasta entonces, los experimentos de otros colegas sólo habían conseguido encontrar electrodos de bajo movimiento. Sin embargo, Wu demostró que se movían a gran velocidad atravesando láminas de espesor uniforme.

El gran momento que definió la carrera de esta mujer ocurrió en 1956, cuando Tsung Dao Lee y Chen Ning Yan la contactaron para demostrar teóricamente una de las leyes físicas “irrefutables”, la ley de la paridad, la cual expresaba que se conservaban las propiedades de un sistema frente a una simetría especular.

Wu llevó a cabo experimentos que en poco tiempo demostraron que ese principio no se cumplía rigurosamente en la naturaleza. En 1957, Lee y Yan recibieron el Premio Nobel de Física por estos experimentos, sin reconocimiento alguno para ella. La científica, sin duda una de las mentes más brillantes que ha visto la ciencia, siguió haciendo aportes trascendentales y de gran utilidad en los campos de la medicina y la bioquímica. A pesar de no habérsele otorgado un Nobel, sí apiló otros importantes premios y reconocimientos, como el de ser la primera mujer que presidió la Sociedad Americana de Física, en 1975. Chien-Shiung Wu murió a los 84 años, en Manhattan. Su tránsito poco conocido en la historia del mundo y de las ciencias motivó que a un asteroide se le asignara su nombre en 1990.

Fuente: Culturacolectiva

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