Por Juan Antonio Montes Varas

Director Acción Familia

Probablemente Ud. se recordará que el programa de la semana pasada fue consagrado al tema de la ideología de género, recientemente promulgada como ley de la República. 

Al respecto vimos en qué consistía la ley y las consecuencias que ella tendría para el futuro de la sociedad chilena, comenzando por la familia, la educación y el futuro de los niños de Chile.

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Para recurrir a una fuente autorizada en la materia transcribimos algunos trechos del reciente Documento de la Comisión de Educación del Vaticano, promulgada el 10 de junio del año recién pasado. Como la materia es extensa y nuestro espacio es breve, dejamos para el programa de hoy las críticas del Documento Vaticano en relación a esa ideología.

Le pasamos la palabra a los autores del Documento:

“Las teorías del gender– especialmente las más radicales – indican un proceso progresivo de desnaturalización o alejamiento de la naturaleza hacia una opción total para la decisión del sujeto emocional. Con esta actitud, la identidad sexual y la familia se convierten en dimensiones de la “liquidez” y la “fluidez” posmodernas: fundadas solo sobre una mal entendida libertad del sentir y del querer, más que en la verdad del ser; en el deseo momentáneo del impulso emocional y en la voluntad individual.

(…)

a menudo, de hecho, el concepto genérico de “no discriminación” oculta una ideología que niega la diferencia y la reciprocidad natural del hombre y la mujer. « En vez de combatir las interpretaciones negativas de la diferencia sexual, (…) , se quiere cancelar, de hecho, esta diferencia, proponiendo técnicas y prácticas que hacen que sea irrelevante para el desarrollo de la persona y de las relaciones humanas. Pero la utopía de lo “neutro” elimina, al mismo tiempo, tanto la dignidad humana de la constitución sexualmente diferente como la cualidad personal de la transmisión generativa de la vida ». Se vacía – de esta manera – la base antropológica de la familia.

Esta ideología induce proyectos educativos y pautas legislativas que promueven una identidad personal y una intimidad afectiva radicalmente libres de la diferencia biológica entre el hombre y la mujer. La identidad humana se entrega a una opción individualista, también cambiante con el tiempo, una expresión de la forma de pensar y actuar, muy difundida en la actualidad, que confunde « la genuina libertad con la idea de que cada uno juzga como le parece, como si más allá de los individuos no hubiera verdades, valores, principios que nos orienten, como si todo fuera igual y cualquier cosa debiera permitirse ».

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(…) De hecho, hay argumentos racionales que aclaran la centralidad del cuerpo como un elemento integral de la identidad personal y las relaciones familiares. El cuerpo es la subjetividad que comunica la identidad del ser. En este sentido, se entienden los datos de las ciencias biológicas y médicas, según los cuales el “dimorfismo sexual” (es decir, la diferencia sexual entre hombres y mujeres) está probado por las ciencias, como por ejemplo, la genética, la endocrinología y la neurología. Desde un punto de vista genético, las células del hombre (que contienen los cromosomas XY) son diferentes a las de las mujeres (cuyo equivalente es XX) desde la concepción. Por lo demás, en el caso de la indeterminación sexual, es la medicina la que interviene para una terapia.

El proceso de identificación se ve obstaculizado por la construcción ficticia de un “género” o “tercer género”. De esta manera, la sexualidad se oscurece como una calificación estructurante de la identidad masculina y femenina. El intento de superar la diferencia constitutiva del hombre y la mujer, como sucede en la intersexualidad o en el transgender, conduce a una ambigüedad masculina y femenina, que presupone de manera contradictoria aquella diferencia sexual que se pretende negar o superar. Al final, esta oscilación entre lo masculino y lo femenino se convierte en una exposición solamente “provocativa” contra los llamados “esquemas tradicionales” que no tienen en cuenta el sufrimiento de quienes viven en una condición indeterminada. Tal concepción busca aniquilar la naturaleza (todo lo que hemos recibido como fundamento previo de nuestro ser y de todas nuestras acciones en el mundo), mientras que lo reafirmamos implícitamente.

(…) La complementariedad fisiológica, basada en la diferencia sexual, asegura las condiciones necesarias para la procreación. En cambio, el recurso a las tecnologías reproductivas puede consentir la generación a una persona, pareja de una pareja del mismo sexo, con “fertilización in vitro” y maternidad subrogada: pero el uso de tecnología no es equivalente a la concepción natural, porque implica manipulación de embriones humanos, fragmentación de la paternidad, instrumentalización y/o mercantilización del cuerpo humano, así como reducción del ser humano a objeto de una tecnología científica.

La Iglesia, madre y maestra, no solo escucha, sino que, fortalecida por su misión original, se abre a la razón y se pone al servicio de la comunidad humana, ofreciendo sus propuestas. Es evidente que sin una aclaración satisfactoria de la antropología sobre la cual se base el significado de la sexualidad y la afectividad, no es posible estructurar correctamente un camino educativo que sea coherente con la naturaleza del hombre como persona, con el fin de orientarlo hacia la plena actuación de su identidad sexual en el contexto de la vocación al don de sí mismo. Y el primer paso en esta aclaración antropológica consiste en reconocer que « también el hombre posee una naturaleza que él debe respetar y que no puede manipular a su antojo ». Este es el núcleo de esa ecología del hombre que se mueve desde el « reconocimiento de la dignidad peculiar del ser humano » y desde la necesaria relación de su vida « con la ley moral escrita en su propia naturaleza».

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La antropología cristiana tiene sus raíces en la narración de los orígenes tal como aparece en el Libro del Génesis, donde está escrito que« Dios creó al hombre a su imagen […], varón y mujer los creó» (Gen 1, 27). En estas palabras, existe el núcleo no solo de la creación, sino también de la relación vivificante entre el hombre y la mujer, que los pone en una unión íntima con Dios. El sí mismo y el otro de sí mismo se completan de acuerdo con sus específicas identidades y se encuentran en aquello que constituye una dinámica de reciprocidad, sostenida y derivada del Creador.

Las palabras bíblicas revelan el sapiente diseño del Creador que « ha asignado al hombre como tarea el cuerpo, su masculinidad y feminidad; y que en la masculinidad y feminidad le ha asignado, en cierto sentido, como tarea su humanidad, la dignidad de la persona, y también el signo transparente de la “comunión” interpersonal, en la que el hombre se realiza a sí mismo a través del auténtico don de sí ». Por lo tanto, la naturaleza humana, para superar cualquier fisicismo o naturalismo, debe entenderse a la luz de la unidad del alma y el cuerpo, « en la unidad de sus inclinaciones de orden espiritual y biológico, así como de todas las demás características específicas, necesarias para alcanzar su fin ».

Dejamos hasta aquí el Documento del Vaticano respecto a la ideología de género.

Si Ud. estimado radioyente quiere conocer el texto completo, basta que accese a google y busque: “Varón y mujer los creó» – Documento sobre la cuestión de género en educación”.

Por último agregamos nosotros una pequeña reflexión sobre la situación nacional y esta ideología de genero.

Nos llama la atención que respecto a la formación de una nueva comisión constituyente los mismos parlamentarios que aprobaron esta ley de género, estén tan empeñados en la paridad de género (valga la redundancia), entendiendo por ello que debe estar constituida por igual parte entre hombres y mujeres.

Ahora, si por otro lado ellos mismos aprueban una ley en que consideran que “hombre y mujer” son términos relativos y que ellos dependen de la autopercepción, en realidad, si fuesen coherentes, deberían decir que la comisión constituyente se debe constituir en paridad de quienes se consideren hombre y quienes se consideren mujeres.

Y como al respecto de género ya hay varios tipos diferentes, deberían igualmente agregar –de acuerdo a sus presupuestos ideológicos- a quienes reconoce el informe de la ONU por el acrónimo LGBTI. Es decir al menos cinco tipos de identidad de género: lesbianas, homosexuales, bisexuales, transgénero e intersexuales. ¿Se imagina a Ud. entrando a la Honorable Comisión Constituyente a estos representantes de los diferentes géneros para elaborar nuestra próxima Constitución?

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